"Con dos tacones" publicado en "La esfera de los libros". |
Si yo sé que el día que Hanif Kureishi me conozca (que me conocerá), se quedará mirándome en silencio. Digo yo que le pegará una calada al cigarro (le pega fumar) y dirá: "¿Qué necesidad hay de vivirlo todo tanto?"
Porque yo me merezco algo así, ¿que no?
Sí, me han pagado una pasta por tres botones de una camisa en Japón. Y me lo gasté en beberme lo que hiciera falta, con el canadiense que miraba espeluznado a mi lado y en cuatro cachivaches de tecnología punta de aquellos 1998 en los que yo fui al Imperio del Sol Naciente. Me duró la "modernez" cuatro meses exactos. Lo que tardaron en inundar el planeta con lo todo lo que yo me traje. Pero la suerte de poder contarlo el resto de mi vida, también se vino desde Japón.
A mí Kureishi debería decirme algo así. Por honestidad. Porque a estas alturas ya sabe que yo he regalado su "Intimidad" una docena de veces. Y apenas tiene vendidos 3.000 ejemplares en este país desde 2007...
Su editorial debería hacerme la ola. O dejarme entrevistarlo, al menos. Prometo no apabullarlo diciéndole que lo amo. Ni que su Jay me parece el ser más honesto de este planeta. Encerrado una noche decidiendo si mandar a tomar por saco a su mujer y sus dos hijos, cuando se le cruza otra que está mucho mejor. Más joven, más guapa, más de todo y menos de nada. Como deben ser todas las que se llevan a nuestros maridos...
Y él, hace lo que debe hacer. Por honestidad.
Será por honestidad por lo que yo me he permitido el lujo de saldar mis cuentas y saciar todo mi ego con un libro. Uno con el que no cuente mi vida, pero la describa en cada beso, en cada polvo. En cada uno de los que arrancan a jirones las bragas de otra, de todas aquellas me describieron cómo debía ser la aventura que imaginan. Quince cuentos que describen las fantasías sexuales ajenas, pero que yo ubico dentro de mi boca, sobre mi piel, entre mis piernas.
Como todos los que las leen...
Para darme la satisfacción de saber que ninguno de esos amantes se queda. Que todos se van.
Para dejarme que sea yo la que decida quién será el que venga a agarrarme por detrás a pegarme el aliento a la nuca. Ahí. Respira ahí. Dime que te pone cachondo solamente olerme entrar en tu cama. A enredar mis pies, las dos piernas y el alma si se tercia. Seguro que eres de los que deciden que me calce los mejores tacones que tengo, esos que no han pisado asfalto, para que pueda verlos detrás de tu cabeza. Para que los mires cada vez que me corras.
Para que entres bien. Y me gruñas. Que te cueste articular palabra cada vez que embistas. Cada vez que intente retenerte.
Lo nuestro solo puede durar lo que valga la pena.
Ya sabes tú que yo dejé de soñar con ser princesa...
Y él, hace lo que debe hacer. Por honestidad.
Será por honestidad por lo que yo me he permitido el lujo de saldar mis cuentas y saciar todo mi ego con un libro. Uno con el que no cuente mi vida, pero la describa en cada beso, en cada polvo. En cada uno de los que arrancan a jirones las bragas de otra, de todas aquellas me describieron cómo debía ser la aventura que imaginan. Quince cuentos que describen las fantasías sexuales ajenas, pero que yo ubico dentro de mi boca, sobre mi piel, entre mis piernas.
Como todos los que las leen...
Para darme la satisfacción de saber que ninguno de esos amantes se queda. Que todos se van.
Para dejarme que sea yo la que decida quién será el que venga a agarrarme por detrás a pegarme el aliento a la nuca. Ahí. Respira ahí. Dime que te pone cachondo solamente olerme entrar en tu cama. A enredar mis pies, las dos piernas y el alma si se tercia. Seguro que eres de los que deciden que me calce los mejores tacones que tengo, esos que no han pisado asfalto, para que pueda verlos detrás de tu cabeza. Para que los mires cada vez que me corras.
Para que entres bien. Y me gruñas. Que te cueste articular palabra cada vez que embistas. Cada vez que intente retenerte.
Lo nuestro solo puede durar lo que valga la pena.
Ya sabes tú que yo dejé de soñar con ser princesa...