sábado, 27 de septiembre de 2014

Padres a los que, por supuesto, me follaría.






El título de MILF me lo dieron en twitter. Y eso que el acrónimo en cuestión se me resiste todavía y me empeño en conventirlo en "Mother, I Like Fuck you" cuando todo el mundo sabe que no significa eso. Pero casi. Tampoco sé tanto inglés. Simplemente tengo el suficiente morro para hacerme entender cuando hace falta, aunque sea bajo la ducha y mientras me come la boca el angloparlante en cuestión... ¿No he sido capaz de entrevistar a Tom Cruise chapurreando? También fue en twitter donde me arrebataron el título de mamá follable, fue el ínclito @panterasrosas que tuvo la generosidad de corregir mi pésimo inglés y hacerme la apreciación de que por edad, (he cumplido 42), duda muy mucho que ningún adolescente o veintañero quiera tentar a la suerte de acostarse conmigo, que bien podría ser su madre. Si acaso,  recalcó, soy una cuarentona potente. 

Bien; me vale. 


El caso es que a mí, que los jóvenes me ponen cero y me empeño en preguntar la edad al tercer mensaje privado que me manda el primer desconocido con ganas, lo que me gustan son los señores. Sí, los señores. Esos que pasan de los cincuenta más que rondar los treinta. Esos que sus hijos no son enanos como Mi Moco, esos que no tienen que venirse antes de las doce de la noche a hacerle el relevo a la canguro de turno. Esos cuya máxima preocupación con su físico no es la posible tableta de chocolate en la zona abdominal, sino conjuntar una camisa de colorines de Custo Barcelona en tonos verdes con los pantalones que tengan planchados. Y hoy, sólo los grises. 

Esos. Me gustan esos. 

Con sus canas, sus calvicies y sus barriguitas, si es necesario. Todo un repertorio de machos a los que yo, por definición, les parezco cañón sin pestañear siquiera. 

Resulta muy difícil ponerle literatura a la definición de MILF si al teclearlo en Google te sale un repertorio de mujeres con el que no tienes nada que ver.. Máxime cuando encima no eres nada "cougar", que aquí ya sí que tengo delito y semejante osadía me suele costar toda una lista de reproches por parte de mis amigas, que recordemos, son cuatro...  Pero es que no puedo; no me sale. 

Me pone infinitamente más sentarme encima de un señor mayor de Murcia y creerme la reina de los mares. Sin que ninguno de ustedes lo vean, sólo faltaba. Me gustan los señores mayores porque yo soy mayor.  Algo que  me gusta mucho y me congratula con la vida. No quiero volver a los veinte aunque fueron divinos y sospecho que no pasaré por quirófano para hacerme ningún retoque; no ya sólo porque no podré pagarlo jamás, sino porque elijo ver el paso de los años en mi cara y en mi cuerpo. Necesito asimilarlo, ¿saben?  Sería una tortura tener cara de veinte como envoltorio de una mentalidad de cuarenta. El cuerpo y cara que me acompañan los he moldeado con cada una de mis torturas. Y bendiciones. 

Para que no se me olvide lo mucho que me costó llegar hasta aquí. 

A estos hombres, a los que me tiraría por definición, habría que llamarlos también por su nombre. Ese que define exactamente lo que seríamos capaz de hacerles cualquiera de estas cuarentonas que ya lo ligamos con jovencitos ni falta que nos hace. Un acrónimo igual de cortito y significativo que el de MILF y del que se sintieran orgullosos cuando alguna pendón se lo soltara en twitter. 

Hombres con canas, con arrugas de tanto reír, llorar, besar, morder y discutir. Entradas en la frente y patas de gallo alrededor de los ojos de tanto ver a mujeres hasta que dieron conmigo. Padres de hijos, esposos de señoras, con manos más que hartas en desnudar y acariciar que se rindan a mis pies y se vuelvan locos cuando yo les suelte que son unos DILF.  

Padres a los que, por supuesto, me follaría. 

lunes, 8 de septiembre de 2014

Y luego yo.


"Kamasutra" de Milo Manara



Nací con la voz grave. 


Tan grave como para que el propietario de un bar en Chueca que frecuenté durante dos años con todos sus días y sus noches, quisiera ligar conmigo. Yo iba siempre rodeada de amigos, muchos gays. Nos gustaba porque seguía siendo un bareto de mierda en mitad de un paraíso de estilo, sofisticación y estilo en el que se dejaba ver lo más bonito de la ciudad envueltos todos en papel de celofán. Al "Alonso" iban las putas, los borrachos y lo más desarrapado y sucio de todo el barrio. Los botellines estaban a 0'60. Sí, a menos de un euro y en la Calle de la Reina. Eso y sus pepinillos en vinagre y pipas con sal hicieron el resto. 

Íbamos todos los días. 

Roberto me sacaba unos cinco años aunque aparentara muchos más. Simplón, lento, de los que se ponen nerviosos cuando la fauna que éramos irrumpíamos en su bar lo mismo en chancla que con unos tacones de vértigo. Ellos y ellas. A ver por enésima vez los vídeos en VHS que había grabado en la década de los 80, pasándose las horas muertas delante del televisor sin salir a dar ni una triste patada a un balón. Roberto había trabajado toda su vida allí, en el "Alonso". Y había visto evolucionar ese barrio desde el montón de mierda  que era hasta el estiloso compendio de géneros sexuales en el que es gracias a los homosexuales y los desarrapados que no tuvieron otra que quedarse o irse allí. A vivir. 

A Roberto le gustaban todas. 

Y luego yo. 

Dejemos claro que mis rasgos son angulosos y retienen como pueden todo lo exagerada que soy, que es mucho. Hablo a voces, gesticulo. Parece que todo se me va a salir de la cara. Ojos enormes y redondos, manos duras de dedos chatos, piernas recias y pie grande. Y me cabe el puño entero en la boca. Lo puedo demostrar. Estoy segura de que Roberto en aquellos dos años me vio ganar apuestas con ese truco, porque yo en ese bar me he dejado hasta 20€ en una noche... Echen cuentas. 

No paseo amantes más que cuando dejan de ser clandestinos; la noche que el dueño del bar de mi salvación se lanzó al vacío de confesar su amor, yo me paseaba con un animal de 1'90, muy poco pelo pero patillas de hacha hasta media mandíbula y una cicatriz de esas que se le notan hasta los pliegues de las grapas que retuvieron la hemorragia.

En aquella barra de bar, Roberto me había estado observando durante mucho tiempo.  Sabía que daba besos en la boca a los que consideraba mis amigos, fueran hombres o mujeres, escuchaba todas las historias de amantes furtivos de los que confesaban y soltaba algún que otro "¡olé!" si la faena relatada era de corrida buena... 

Fuera de quien fuera. 

Allí, cuando pedía la quinta o sexta ronda, Roberto se lanzó. Lo dijo así, con su media sonrisa de tímido y bobalicón suya. Una frase más pero en un tono muy diferente. Muy despacio, casi un susurro. 

-Tana, qué guapa eres. 

A mí me hizo gracia. Otra frase de las que derrochaba con todas y cada una de las mujeres que nos dejábamos caer por el "Alonso": "Qué guapa, estás", "No te acerques mucho con ese escote, que me conozco", "¡Ay, madre si me hicieras caso!" Una más. Otra igual.. Sólo que esta vez lo dijo mirándome a la cara, a los ojos. Me cogió la mano con la que yo agarraba los botellines, reteniéndola para que le prestara atención y lo soltó. 

- Cuánto me alegro de que por fin seas mujer, mujer. Qué guapa eres - repitió -. Me gustabas mucho antes pero no me atrevía a decírtelo. Me encantaría estar contigo. 

Ni qué decir tiene que me quedé de piedra. 

Aquel hombre estaba más que acostumbrado a todos los poliedros posibles en un barrio como Chueca y en un mundo en el que viva yo: con todos los elementos cogidos a puñados. Dos, tres, uno o ninguno. Pero se había encandilado de la que era mujer, mujer por no haberlo sido antes. 

La que, según él, había conseguido por fin ser lo que de verdad era y no lo que la naturaleza había ordenado. Roberto estaba convencido de que yo era transexual. Que en mi DNI lo mismo ponía que me llamaba Ramón. Pero por fin era la Tana. 

Me fascinó. 

No hubo comprobación "in situ" porque tampoco hacía falta. Le confesé que era mujer de nacimiento, lo cual no implicaba por supuesto que "sólo hubiera enredado con hombres",  maticé. Traté de convencerle de que no le estaba ocultando la verdad, pero que le agradecía infinito su piropo. Pagué otra ronda al respetable, incluyendo al Patillas que se reía más que ninguno sabiéndose novio mío. 

Roberto sirvió todos los botellines que le pedimos y nos regaló una última ronda. 

Seguimos yendo al "Alonso" unos cuantos meses más hasta que desaparecimos. No hubo ninguna razón e incluso un par de años después le confirmé que era mujer presentándome en el bar con un bombo de siete meses acompañada del mismo macarra que él conocía como mi último macho. Pocos meses después el "Alonso" cerró. Una mañana Roberto cayó desplomado por un infarto cerebral que lo retuvo en coma unas cuantas semanas. Alguien me contó que finalmente murió. 

De Roberto casi ninguno de los incondicionales de Chueca se acordará. A su bar no iban periodistas conocidos, ni su cerveza era de importación. Por no tener no tenía más que frutos secos en cuencos gigantes y unos pepinillos y berenjenas en vinagre que devorábamos chuperreteándonos los dedos. 

Suficiente. 

Roberto consiguió que yo me reconciliara con este tono de voz masculino que me gasto que puede hacer dudar de si soy un hombre o una mujer por el lugar que ocupa en la escala de graves. Hablo de sexo sin el más mínimo problema y confieso entornar un poco los ojos para decir la palabra "polla" lo mismo la suelte en el salón de mi casa o frente a los micros de la Cadena Ser. 

Cuando digo "coño" levanto la ceja. Manías que tiene una. 

Pero me esmero mucho con mis interlocutores porque me encanta que me cuenten con todo lujo de detalles cómo les gusta que se los merienden, no vaya a estar perdiéndome algo. 

Roberto me dejó toda la literatura del mundo para que yo entendiera que a él el sexo le gustaba en general, las mujeres en particular. Y después yo. 

jueves, 21 de agosto de 2014

Hagamos de este polvo un gran polvo.





"Kamasutra" Milo Manara



Este verano he tenido un amante. Uno de los que no se intimidan por la altura de mis tacones, ni por la gravedad de mi tono de voz. Uno de esos que no se escandalizan cuando les pido que me hagan, de los que no paran haciendo de la una y media de la madrugada, mi hora canalla. 

Llevo desde la adolescencia despidiéndome a finales de agosto del que tocara. Del melodrama juvenil he pasado a una bacanal en la que las únicas arcadas salen de mi garganta. Teniendo en cuenta qué es lo que no me deja respirar ni tragar, apuesto a que este amante no se queja.. Seis semanas repletas de sexo. Mes y medio absolutamente salvaje. 

Dame toda la literatura que merece haber sido mi amante. 

Quiero esa lengua paseándose de arriba abajo. Horada con los dedos cada agujero hasta que esté tan mojada que asuste... No me dejes cerrar las piernas y aguántame hasta el final. 

Hagamos de este polvo un gran polvo. Juntos. Los dos. Metiéndomela en la boca entera y de un bocado. A mí la carne me gusta jugosa y henchida. Así, como ésta que es tuya y que ahora hago mía. 

Por mucho que me ataras, por más que me compartieras, por todas y cada una de las veces en las que fuimos infieles haciendo del sexo algo que no fuera un secreto. Esta noche esto se acaba. 

Así que fóllame como si no hubiera un mañana porque para ti y para mí no lo hay. Mantengamos en la memoria mis tacones y tu camisa blanca como los fetiches que elegimos. Brindemos con cualquier excusa y dejémonos ir.

Los buenos amantes de verano se quedan para siempre... Contigo dentro. 

jueves, 14 de agosto de 2014

Follar conmigo es muy fácil, lo jodido es que repita.



Zapatos de Iron Fist


Ojalá en todas las camas por las que pase tenga siempre a mano unos buenos zapatos de tacón. Disfruto con esta parafernalia tan sencilla y me lo paso aún mejor sabiendo que te mueres por follarme entaconada. 

Debía de tener quince años la primera vez que me imaginé así; era una de mis fantasías sexuales y por supuesto, no tardé ni cinco años en hacerla realidad. Pocas cosas reportan más satisfacción que incorporar a tu vida cotidiana aquello que imaginaste perfecto. pavonearme con unos tacones de 11 centímetros repasándote la verga me sale divino. Te lo aseguro. 

Disfrutaré de la merienda hasta ponértela durísima. Me sentaré sobre ella y tú usarás mis caderas como volante para que conduzcamos juntos. Qué suerte tengo de que estés en mi cama. Y de que pueda escuchar tus gruñidos bien nítidos hasta que nos corramos. 

Lo bueno es decorar este polvo con toda la parafernalia que elijamos. Con tejidos de látex o lencería que piden a gritos que me los cubras a mordiscos. O que me folles a pulso. Me gusta con todo lo aparatosa que soy, ser la protagonista absoluta de toda esta película nuestra. 

Soy egocéntrica, ¿no te lo dije? 

De las que quieren un sexo honesto todos los días de su vida. Tan real como para que sea contigo, con besos de esos que saben dulce, con amor cuando encarte y sin él cuando nos sobre, sudando como pollos porque es verano y calentándonos cuando venga el frío. 

Creo en la absoluta necesidad de permitirnos el inmenso lujo de elegir qué queremos, cómo lo queremos y con quién queremos hacerlo. No hay otra manera de que la vida nos salga bien. Prometo ser más permisiva con los éxitos y fracasos que pueda encontrarme. Dejo sólo para mi cama la imprescindible obligación de hacer todo lo que me dé la santa gana.  

Y lo haré contigo o sin ti.

Si follar conmigo es muy fácil... Lo jodido es que repita. Así que cuenta cuántos polvos llevamos juntos. 
   

jueves, 7 de agosto de 2014

Aquí se viene muy bien follado.


Anuncio de Calvin Klein Jeans



Hay que ser muy valiente para tener pareja estable y acostarse con otro. Con lo fácil que es cumplir una rutina como si estuvieras en el ejército. Follar una vez cada diez días, con suerte cada semana. Conoces tan bien a tu hombre que sabes que si empiezas chupándosela y metiéndotela entera en la boca, a la tercera mamada, te pones encima,  empujas cuatro veces... Y se corre. 

Tienes una colección de zapatos de tacón que no pisan asfalto debajo de tu cama. Los negros de cocodrilo colocados a la altura de su pecho, que pueda agarrártelos... Y en diecisiete minutos como mucho, estáis los dos gritando. 

Miras el reloj que está encima de la cama. Te gusta que aún te queden horas de sueño.

Por menos de 20 minutos de sexo más bien rico, sacias tu hambre. Si sigues en esa cama es porque la compartes con la persona que mejor te folla.. Simplemente quieres más y con otros. Eres peleona; te gusta comparar y que te comparen. 

No hablo de cuernos sino de poliedros sexuales. Guillermo llamó por teléfono en Contigo Dentro  y lo explicó muy clarito. Tríos, orgías, intercambio de parejas y sólo en algunos pocos casos poliamor. Sexo de varios elementos que se combinan a su antojo sin que exista la más mínima duda de que todos saben lo que hay. 

Melodramas los justos, por favor. Aquí se viene muy bien follado. 

Empieza todo como un juego de dos. Sólo entre él y yo. Calentándonos mutuamente. Comiéndonos la boca, sobándonos las ganas. Uno, dos, tres. Cuatro elementos, si puede ser. 

En cada roce una rozadura, en cada beso un sabor. 


Una mano igual de grande que la suya aferrándome de las caderas, colocándome para que me empale una verga. Entra otro a clavar. Disfruto la estocada aunque sólo sea porque es nueva, mientras ahí enfrente, delante de mí, el hombre con el que mejor sexo tengo, empuja dentro de otra hembra. 

Qué quieres; folla así de bien...

Es difícil sentirse más poderosa. Supérenlo si pueden pero conmigo ahórrenme el argumento de su monogamia.  

A mí no me engañan. 

jueves, 31 de julio de 2014

Cinco mensajes y ya estoy cachonda.





Ha llegado un mensaje. No tengo ni que mirar para saber quién es. Ha pasado la medianoche; en mi cama duerme quien quiero que esté y en la suya quien toque. Es jueves; aquí está. El jueves pasado me fui a dormir empapada. No quedó otra que enredarme en las piernas que encontré y deshacer el nudo de ganas que se me quedaron. 

- Ya llevo tus bragas. 
-¿Ah sí? ¿Cómo son? 
- Rosas. Transparentes. Con ribetes en negro y dos lazos pequeños encima de cada muslo. De culotte. 
- ¿Si abrieras las piernas vería tu coño? 

No, no lo verías. No te voy a dar la satisfacción de que lo tengas todo tan inmediato. A pesar de que esta noche es tuyo aunque no tenga ni idea de dónde estás y espere casi con ansia estos mensajes semanales que me obligan a alargar la velada esperando que encuentres el modo de tocarme a través de cada frase. 

- ¿Estás mojada? Tengo mi polla en la mano y empieza a estar dura... Voy a ponerme de rodillas junto a ti. 
- Ven. Yo estoy de pie ante ti. 
- Quiero oler tu coño. Aquí estoy. Con la nariz hundida en ese pedacito de tela.
- Cuando pasas tu nariz por el clítoris se hincha... 
- Voy a darle una palmada. Lo quiero más hinchado. Lo golpeo e inmediatamente lo lamo. Te lo sobo con la lengua, lo estiro con los dedos. Lo tienes rojo y muy mojado. 

Cinco  mensajes y ya estoy cachonda. Dos años y medio sin faltar ni a una sola de estas citas en las que dejo que me desnude, me sobe, que entre en cada uno de mis agujeros usando y usándolos como él quiera. Como a mí me gusta. Exigiéndole que me describa con detalle qué es lo que hace y no protestar ni cuando se empeña en follarme por todo lo alto. Y lo ancho. 

- Quiero que te quites las braguitas y me las metas en la boca. Colócate después a cuatro patas. Ábrete el culo con las manos y enséñame ese agujerito que tanto te cuesta entregar. ¿Cuándo fue la última vez que tuviste una polla ahí? 
- Es tuyo...
- Tienes pinta de no hacer un trío desde hace tiempo. La semana que viene vendré con una amiga que le encantará meterte los dedos bien dentro mientras yo te lo como. Pero hoy estoy inmerso en tu culito. 

Hace meses que no invito a terceros a mi cama. Y semanas que no entra nadie en ese agujero por el que se abren paso las letras de mi amante. Mis bragas están mojadas, no puedo evitar tocarme con una mano mientras con la otra sostengo el teléfono móvil desde el que me están follando. 

Porque ahora mismo, me están follando. 

Los dedos de mi amante entran y salen a través de las frases luminosas que me llevan hasta su lado. Siguiendo el ritmo apropiado; el mejor. Ése que escupe en frases certeras y concretas. Sin rodeos, sin medias tintas. Haciendo que siga sus embestidas con la misma devoción que si sudáramos juntos estas sábanas.

Un tío que escribe así sabe hacerme gemir. Es sexo; sexo 2.0. Me vale. 

miércoles, 23 de julio de 2014

Aquí mando yo

Shibari, doctrina sexual japonesa. 




No podrías moverte aunque quisieras. La cuerda te aprisiona los brazos por detrás de la espalda, inmovilizándolos uno junto al otro, encontrando anclajes en cada nudo de tres vueltas que divide los cordajes. Filigranas de pita que rozan en las muñecas, los antebrazos y hasta los hombros. Te escuecen los arañazos. Te duelen. Se arranca la piel cada vez que te mueves lo más mínimo, recordándote que no debes ni intentarlo.  

Separa aún más las rodillas; la serpiente te lacera las ingles con un simple tirón. Desde los tobillos hasta la cintura, cada pierna marca el recorrido de la desventura de tu excitación. Ésa que te provoca distinguir la sumisión. Ábrete. Más. Quiero ver tu sexo y saber que late acelerado por si ando cerca. Ojos vendados, manos detrás de la espalda junto a las nalgas de las que emergen tus piernas. Patas de araña que ahora se recogen con la cuerda y que te postran en esta posición. 

La que quiero y como quiero. Aquí mando yo. 

Ni siquiera tendré que rozarte. Bastará con que tense un poco la cuerda. Que tire de ella hacia mí, para que tú gimas de placer. Aunque te duela...Me costará distinguir semejante combinación cuando te retuerzas. ¿Qué es? Dímelo. Será un placer escucharte tratando de explicarme por qué te gusta tanto. Trata de justificar que no poder moverte te relaja; verbaliza como puedas que cada arañazo de esta soga te obliga a dejarte mecer a mi antojo, de puro sufrimiento. Sobre todo explícame por qué te gusta tanto.  

Debajo del corsé, los músculos lasos, relajados, tranquilos. Se desatan las contracturas de la espalda con cada arañazo del cordel por muy vasto que sea. Te abandonaste a esta tortura a la primera lazada. Con esa que nació como un rosetón juntando las correas que bajan desde el cuello para tensarse debajo de cada pecho. Solo con pasar el dedo por el borde de la cuerda me basta para que te venzas ante mí. Y eso que apenas la rozo. Sólo pensar que pudiera pasar esta soga por esa polea que tienes sobre la cabeza te parte en dos. 

Sí, claro que sí. Quieres que lo haga. 

Hacer de ti el cubo que sube cargado de agua desde lo más hondo de tu pozo. Suspender todo tu cuerpo en el vacío amarrado a esta maroma para que te horade la piel hasta hacerte gritar. Quiero que grites. No pararé hasta que no me lo supliques. 

Sin follarte. Para qué. Qué necesidad hay de banalizar este santo orgasmo. Si en cada jirón que has dejado en el cáñamo te has desprendido de todo lo que te aleja de mí, de lo que nos separa. De toda esa mierda que nos convierte en pareja pero no por eso en amantes. Yo sólo elijo amantes sin un rescoldo de infelicidad. Y la tuya se ha desprendido en cada tirón de la cuerda que aprisiona y lacera todo tu cuerpo. 

Siempre te dije que te daría todo lo que quisieras. 
Hoy ya sabes que además lo tendrás como más te gusta. 

De eso se trata. 

jueves, 17 de julio de 2014

Infidelidad, bendito tesoro.

Milo Manara


Me gustan las noches de los viernes. Se me antojan cuajadas de sorpresas que corroboran la premisa de que acabo el día con más expectativas. Nadie sabe lo que nos deparará el fin de semana. Y yo siempre he deseado reventar las expectativas de cuantos me rodean. Conocidos o por descubrir. 

Este viernes va a tener una noche de infieles. Sí, decidido. 

Infieles que sucumben ante otras manos arrancándole la ropa, nuevos dedos cuyo grosor no golpea donde siempre ahí adentro. Bocas que muerden donde no tienes marcas, que lamen saliéndose del recorrido. Gemidos cuya cantinela no podrías enmarcar en ninguno de tus recuerdos. 

Un falo diferente, un coño que no sea el propio. 

Otros. Otras. 

Y tú. 

Así de sopetón esos son los detalles de la infidelidad. Follar con quien unge con su lengua entre tus piernas carnificándolas. Bienvenida sea la sorpresa de no adivinar cuánto va a tardar en meter también los dedos.. 

Llevo toda la semana repasando a ver si conozco a alguien que no haya sido infiel alguna vez en su vida. Uno, uno solo. Y a los que les presupongo que no han sucumbido al hechizo de echar un polvo fuera de la pareja, no les ha quedado otra que asumir que la bomba de relojería les explotó en la cara. ¡Boum! 

Nos damos de bruces con la infidelidad a los quince años. Había sido el primero que me había metido mano en mi portal. Seis semanas tardó. Seis. Y fue coronar mis pequeñas montañitas y tardar menos de una en enrollarse delante de mi cara con una que era mayor y que no tardaría tanto como yo. Creo recordar que con esa aguantó un par de meses. Nadie dijo que a mí me gustaran los que querían novia.  

Perdonar lo que haya que perdonar que lo gestione cada uno a su gusto. Y yo ya lo saben, llevo los cuernos de marcaSerá infidelidad acelerarse de más al no distinguir el olor con la que restriegas. Ya verás tú si te pones a descubrir si puedes con todo lo que trae de serie sin haberlo pilotado. 

Los viajes de trabajo no merecerían la pena si no fuera porque en alguno amaneces en una habitación dos plantas por encima de la que guarda tu ropa. A nadie le gustan las jornadas laborales en otra ciudad si después de esa ducha sanadora no existiera la posibilidad de  que te sorprendieran con sexo redentor. De ése con el que pecamos. Elegimos alejarnos de nuestra vida para montarnos una nueva película. Dándole la parafernalia exacta para que no pase más allá de una muesca en el revólver. A ver si ahora no vamos a poder pecar como manda la santa madre iglesia; aún quedan los que comulgan con ella. Puestos a asumir la existencia de Dios exijo que haya sido él quien inventó el sexo. Ya seré yo la que envenene la manzana y elija quién la muerda. Pobre de Adán si la buena de Eva no le hubiera dejado largarse con ella del Edén aquel. No debía de follar tan mal, de eso estoy segura. 

sábado, 5 de julio de 2014

Verano, por fin.








"Gulliverina" de Milo Manara




Qué bien que por fin el calendario se situó dónde mejor puede estar para que yo me venga arriba. Esas fechas en las que lo mejor que me puede pasar es no tener más obligación que descansar de todas y cada una de mis aristas y seducir a los tipos que ponen el verano como excusa para pasar como una exhalación por mi vida. 


Me encantan los amores de verano. 



Toni se llamaba el chaval que me dio mi primer beso en los labios. No tengo ni que pararme a pensar mucho para recordar los detalles que interesan: playa de la base militar de Pollença (Mallorca). Media docena de niños y niñas que pasábamos una quincena de retiro con nuestras familias, en residencias de verano instaladas en cuarteles y bases militares que el Ejército del Aire destina para sus trabajadores. Buen precio, excelente servicio y en lugares fantásticos. 



Un lujazo, oigan. 


Toni había llevado en la cesta de su bicicleta un cassette de esos que los macarras un poco mayores denominaban "loro". El suyo con doble pletina, lo más. Era el líder de la pandilla: mayor que los demás, él empezaba el instituto en septiembre; pelo castaño, alto. De esos a los que el verano, tostaba la cara y clareaba la medio melena. Un puro nervio de chaval, sin músculo de gimnasio pero sí de enredar. El que mejor montaba en bici (hasta sin manos), el que daba volteretas antes de caer sobre el agua después de salir disparado de la toalla, el que chapurreaba un poco de inglés porque sus padres eran mallorquines y él tenía la suerte de ir cada verano. Manos enormes, un 45 de pie, tres palmos más alto que el otro niño de la panda y lo más importante del mundo: mellado. Un triángulo perfecto en los incisivos centrales convertían su dicción en un seseo insolente que me enloquecía.


Cuando hablabas con él era como si conversaras con una serpiente...

Y encima más bueno que el pan. Brutal. 

Que fuera el primero que me tumbó en la arena para pegar sus labios a los míos y llenarme el pelo de conchitas diminutas, marcaría mi forma de disfrutar todos los veranos que han de pasar por mi vida. Aquel beso me lo dieron la última noche de la pandilla juntos. A la mañana siguiente regresábamos a Madrid y de ahí cada uno para su pueblo. No saben lo lejos que está Cuatro Vientos de Getafe sin el MetroSur. Máxime cuando tienes doce años y te besa uno de quince. 

No lo he vuelto a ver en toda mi vida.

Si de algo soy penitente es de la cofradía del santo verano. Yo también entro en éxtasis en  mis procesiones. Abriendo mucho los ojos para no perderme detalle del bálamo que lamo. Arropándolo dentro de mi boca, arrastrándolo hasta el fondo del pozo, encogiéndoseme la garganta cuando roza cualquiera de mis dos campanillas. Dos, sí. Recuerden que yo tengo dos. De ahí que mis autos de fe pasen por ellas. Para volver a sacar su pene apretándolo en los labios, regodeándome en el cáliz que guarda el vino de su santidad.

Y no parar hasta beberlo.

Igual que por las calles sevillanas los feligreses cantan saetas desgarrándoseles la voz honrando un trozo de madera, yo rezo a voz en grito las oraciones en cada penetración con amén incluido. A mí también se me saltan las lágrimas de emoción viendo a mi santo cuando brota mi garganta y me explotan las entrañas en un pedazo de polvo. Ese, santo y divino. Yo también quiero terminar con las muñecas laceradas de que me agarre los brazos contra las sábanas de cualquier cama. O los cinco débiles moretones en cada una de mis caderas que demuestran que me colocó para clavármela hasta el fondo.

Sí, mi liturgia deja también marcas. Y sólo encuentro bálsamo en dedos ajenos que las acarician de noche en las terrazas. Siempre lo asocio a noches cargadas de sexo... "Contigo Dentro".

Qué suerte tengo de que por fin sea verano.



jueves, 29 de mayo de 2014

Querido profesor de universidad


Milo Manara



Qué mejor altar para él que aquel estrado de la facultad desde el que daba clases. Lo recuerdo alto, o al menos siempre me lo pareció, bien vestido sin estridencias: pantalones vaqueros y camisas. Un toque elegante sin ir hecho un pijo como muchos a los que servía copas para pagarme la Universidad. Un discurso perfecto. Periodístico. Capaz de que te buscaras en la feria del libro antiguo los "Artículos escogidos" de Mariano José de Larra por gusto. Sólo por gusto. 

Ya se había encargado él de provocarte para que quisieras leer los artículos de un periodista que trabajaba en plena Década Absolutista de Fernando VII. "El Molesto", que diría Forges. Te había convencido desde el altar de la clase de historia del periodismo español, quinto curso, en una de esas homilías en las que al situarte, te aventuraba que Mariano José de Larra sufría como tú y como todos, por amor, desamor, indignación y pecados. A mordiscos, escupitajos y clamores al cielo. 

Cómo ibas a perderte leer esos artículos... 

Encima lo ponía difícil. Mucho. Aprobar su asignatura sólo era posible si se contestaban  todas las preguntas. Tenías que saberlo absolutamente todo.  No iba a ser siempre tan fácil como entrar en una de las televisiones privadas emergentes en aquellos noventa. Y cuando se lo contaras debías hacerlo bien, como una profesional. Porque el discurso con el que expondrías tus plegarias determinaría también tu éxito o fracaso. Tu contrato con él, con don Benito, establecía que debías aprender historia del periodismo español. No cualquier cosa. 

Yo lo llamaba don Benito. Se lo anuncié al final de una clase, al acercarme a hacerme notar. Le expliqué que si tan fascinante era Benito Pérez Galdós, al que citaba continuamente, le pedía permiso para llamarlo así, en vez de por su nombre. A aquellas alturas de curso quedaba claro que me gustaba su historia y me gustaba él. Y mi profesor se había dado cuenta de ambas. 

En sus homilías hacía referencia a las tardes que pasaba en el Ateneo de Madrid de la calle del Prado. Y cómo terminaba casi siempre tomándose unos vinos en "la Venencia", en Echegaray. Todo calles del barrio al que yo me había trasladado un par de años antes y cuyas esquinas descubría con todos los que tuvieran una cicatriz que mereciera lamérsela de principio a fin..

Fue una delicia aprenderme su doctrina...

No hizo falta siquiera que aquel profesor me hiciera el más mínimo caso; nunca me lo hizo. Bastó con que me permitiera llamarlo don Benito. A mí. La misma que dejaba que el portador de un costurón glorioso en su cadera izquierda, la arrinconara  contra la pared del número 2 de la calle Cervantes; sabía que me ponía cachonda que me follaran en la casa de CervantesQué pena que en aquellos años viviera en esa finca Juan Alberto Belloch entonces ministro. La de escoltas que había en el portal y la de veces que impidieron que yo me corriera. Me conformé con la ocasiones en las que me metieron mano en los aledaños apoyando las dos manos en una pared de esa calle, abriendo las piernas, dejando que mi acompañante me acariciara y se empecinara en clavármela allí mismo. A mí lo que me ponía era que fuera la casa de Cervantes, que Belloch durmiera en uno de los terceros y que pudiera aparecer don Benito en ese mismo instante. Quería que me viera maleando por Madrid con los artículos de Larra en el bolso. 

Denme un buen profesor capaz de hacerme entender lo que él ya conoce. Uno que me aporte mucha literatura. Déjenme que le rece, que le suplique que cuente más. Que aprenda sus evangelios y pueda trasladarlos a mi vida. Soy la más fiel devota del que enreda en esos evangelios. 

Y en esa liturgia, de rodillas, sí que soy poderosa. 



jueves, 1 de mayo de 2014

Contigo dentro, infiel.

"Valentina" de Guido Crepax


Desde que nos hemos sofisticado por esta maraña de información que nos inunda, la vida sexual de cualquiera es de lo más fascinante. Un simple vistazo al smartphone de turno y sabemos dónde están todos y cada uno de los que nos interesan. Perdemos poco tiempo en enterarnos de las apetencias, esperanzas y gustos de los que llaman nuestra atención, Twitter y Facebook nos exhiben a la perfección. Basta darte un par de veces de bruces con alguien mínimamente interesante para que memorices un avatar y con su próxima genialidad, en vez de conformarte con retuitear o marcarte un FAV, ¡zas! ya te sigo. 

Marcas los límites centrándote única y exclusivamente en los que llaman tu atención; hay que seducir a golpe de 140 caracteres. Toques cortos, al pie. Pases perfectos al de enfrente para que uno de los dos marque el tanto correspondiente y  lance el primer DM. Nuestro spanglish ha hecho posible que alguno llame a sus seguidores "followers" conjugando a la perfección el verbo "to follow" hasta crear expresiones tan explícitas como "déjame que te followee esta noche", que la lees en el Metro y das un respingo fijo. 

Si lo hace en público o por medio de un DM determina bastante las intenciones. Sé infiel y no tuitees con quién. 

Incluimos las redes sociales en la cacería y lo hacemos sin remordimiento. Somos capaces de hablar de todos y cada uno de nuestros pecados desde la platea de nuestros perfiles. Y es la fidelidad la que marca el límite de cada uno. Pocas cosas son tan personales en la vida sexual de un individuo que cómo se lleve consigo mismo para hacer frente a todas y cada una de las veces que se muera por poner los cuernos. 

No vaya a ser que apetecer, apetezca casi siempre. 

Quiero que me cuenten y de paso, a toda la platea, qué es la fidelidad y también la infidelidad. Cuál consideran virtud y cuál es pecado. No hay historia de amor que se precie que no tenga un buen par de cuernos. Y no siempre supusieron un drama. El mayor ejercicio de honestidad es reconocer si podemos seguir junto a la persona que amamos y con la que compartimos nuestra vida aunque abra la boca para lamer un sexo que no sea el nuestro. 

A ver quién es el que resiste a no mortificarse aunque sea un poquito. 

Kiko Amat es capaz además de ponerle música a todo esto con esta lista de diez canciones que son las favoritas de cuernos, pillada y rupturas. No sé con qué frecuencia leen Jot Down; yo siempre que puedo. Siempre termino enterándome de cosas de muchos de los que deambulan por mi TL gracias a lo que cuenta la revista de marras. ¿Hay algo más apetecible? 

Me muero de ganas por saber si son fieles o infieles, si son capaces de soportar las estocadas de otros. Si son de los que dejan claro en las primeras cenas qué posibilidades hay de enredar en cama ajena. Rubrico la etiqueta #ContigoDentroInfieles para ordenar en mi carpeta de trabajo y lanzo la propuesta. 

Con lo que me gusta a mí hablar de sexo y lo bien que se me da que me imaginen, ya hay algún interesado en saber si la chupo como lo escribo


lunes, 21 de abril de 2014

Conmigo dentro



Una vez que ya ha resucitado dios vuestro salvador, digo yo que podríamos ponernos de nuevo a hablar de lo que verdaderamente importa, que al fin y al cabo somos nosotros. Si es lo único, para qué mentir, si no de qué tengo yo este disgusto porque el jurado del III Concurso del Bistró que ha montado La Central no ha tenido a bien que quede finalista con mi cuento. Con lo que me costó que fuera tan corto. Nerviosa crucé los dedos con la esperanza de que al menos fuera una de las elegidas a creer que lo merecían. Con todas esas dosis de melodrama que le doy yo a todo lo que me pasa y después de haber imaginado a alguno de los componentes del jurado preguntándose si era efectivamente yo,  la otra Celia Blanco, la que aspiraba a su beneplácito. 

Pues no. No gustó. Solo dos mujeres  entre tanto hombre y ninguna sería la Tana.  Pues no me llevo yo bien con los hombres como para haberme merecido una tarde de risas con todos ellos... Enhorabuena a los candidatos y suerte con el veredicto final. Yo, por lo pronto, dejo aquí mi cuento.

Voy a seguir pensando, quieran o no, que el sexo es mucho más divertido conmigo dentro...



UN HOMBRE HONESTO


            Ninguno de nosotros sabe a ciencia cierta si cuando mi abuelo contrabandeaba en Chafarinas, aprovechando su condición de militar, no escondió también algún secreto de su padre, el Argentino. El rubio porteño que llegó a Melilla justo con las primeras trifulcas de la Guerra del Rif. El que se enamoró de una musulmana que se arrancó el velo, cambiándose el nombre e inventándose una vida.

            La única herencia que mantenemos en esta familia.

            Con ellos se crió mi padre, con sus abuelos. Creció con la Mora y el Argentino, como los llamaban en Melilla. Con ellos dos y con su primo Sebastián. El primo Sebastián era el único hijo de la tía Virtudes, la segunda hija del Argentino y la Mora, la que murió de una neumonía justo cuando los dos primos dejaron de usar pañal, lo que llevó a los padres y hermano de la muerta a determinar que Sebastián no podía criarse solo. Al fin y al cabo mi padre tenía dos hermanos más y el pobre primo por no tener no tenía ni padre. O sí. Un padre que tenía otra mujer que no era la tía Virtudes y una recua de infantes a los que sacaba a pasear.

            El primo Sebastián y mi padre se criaron juntos. Mi padre se quedó retorcido porque su hermano lo torturó haciéndole lo que hace cualquier hermano mayor: burlarse del más pequeño asegurándole que vivía con los abuelos porque su familia no lo quería. Tanto lo repitió que mi padre dejó de quererlos de cuajo.

            Bajaban mi padre y su primo Sebastián la cuesta de Santa María Micaela con el diablo entre las piernas. Vinieron a decirle a la Mora que algo le pasaba al Argentino. Que no había sentado siquiera a los de la última sesión. El abuelo de mi padre era el acomodador del cine Iberia, el mismo que había perdido en una partida de póker en la que se presentó la Mora con los niños de la mano. A gritarle a su marido que saliera de aquella timba tan maldita como en las que había perdido las dos farmacias.

            Las dos.



         Sin aliento llegaron los primos al cine Iberia. Fermín, el de la taquilla, abrió la puerta y los conminó a guardar silencio. La película llevaba rato y él solo dejaba entrar a su mujer con la sala a oscuras para que viera el estreno sin pagar la peseta con setenta y cinco que costaba la sesión doble. Así que cuidado chavales; ahí lo tenéis, en la última fila.
            NI ruido hicieron los primos hasta llegar a su abuelo, su padre, o lo que fuera el viejo a aquellas alturas. Ahí estaba, sentado en una butaca, los ojos abiertos y una mueca de risa floja en la cara. Las manos juntas debajo de la tripa, sobre las piernas. Frío. Rígido.

            Era la primera vez que veían un muerto y encima era su abuelo.

            Fue mi padre el que se atrevió a tocarlo. Le cerró los ojos igual que había visto hacer en las películas de la sesión de los sábados a las cuatro. Su primo Sebastián mantuvo las distancias y apenas se envalentonó antes a mover la mano frente a los ojos del hombre a ver si reaccionaba y les daba la alegría de estar haciendo el bobo. Pero no. Estaba muerto.

            En la pantalla, un tipo gris junto a una rubia despampanante. De esas que de guapas se salen. Con una boca y unas curvas convexas que pedían comérsela a mordiscos. Pelo corto, ondulado. Y un bendito lunar en su mejilla izquierda. Detrás de los dos adolescentes, hercúlea y magnífica, ella. Comentando no sé qué de Nueva York en verano, cuando pocos se quedan con esa humedad y calorazo, y  mandan a la playa a la mujer y los hijos. En la butaca, tieso, el abuelo con las dos manos ocultándose las partes pudendas.

            Mi padre se habría ahorrado el trauma de ver muerto a su abuelo si hubiera vivido en la casa familiar. Pero él no quería a sus padres como a aquel argentino al que le cerró los ojos. Y mucho menos prefería a sus hermanos al niño de doce años que lo lloró con él. Que los Blanco eran unos sinvergüenzas quedaba claro en cualquiera de las dos casas, en Melilla o Chafarinas. Solo que el Argentino enseñó a mi padre lo que era ser un hombre honesto: el que ante una hembra como aquella que muestra las columnas de la perdición, le estalla en mitad del pecho el corazón.

            Y al tiempo, se le revienta la entrepierna.