jueves, 31 de julio de 2014

Cinco mensajes y ya estoy cachonda.





Ha llegado un mensaje. No tengo ni que mirar para saber quién es. Ha pasado la medianoche; en mi cama duerme quien quiero que esté y en la suya quien toque. Es jueves; aquí está. El jueves pasado me fui a dormir empapada. No quedó otra que enredarme en las piernas que encontré y deshacer el nudo de ganas que se me quedaron. 

- Ya llevo tus bragas. 
-¿Ah sí? ¿Cómo son? 
- Rosas. Transparentes. Con ribetes en negro y dos lazos pequeños encima de cada muslo. De culotte. 
- ¿Si abrieras las piernas vería tu coño? 

No, no lo verías. No te voy a dar la satisfacción de que lo tengas todo tan inmediato. A pesar de que esta noche es tuyo aunque no tenga ni idea de dónde estás y espere casi con ansia estos mensajes semanales que me obligan a alargar la velada esperando que encuentres el modo de tocarme a través de cada frase. 

- ¿Estás mojada? Tengo mi polla en la mano y empieza a estar dura... Voy a ponerme de rodillas junto a ti. 
- Ven. Yo estoy de pie ante ti. 
- Quiero oler tu coño. Aquí estoy. Con la nariz hundida en ese pedacito de tela.
- Cuando pasas tu nariz por el clítoris se hincha... 
- Voy a darle una palmada. Lo quiero más hinchado. Lo golpeo e inmediatamente lo lamo. Te lo sobo con la lengua, lo estiro con los dedos. Lo tienes rojo y muy mojado. 

Cinco  mensajes y ya estoy cachonda. Dos años y medio sin faltar ni a una sola de estas citas en las que dejo que me desnude, me sobe, que entre en cada uno de mis agujeros usando y usándolos como él quiera. Como a mí me gusta. Exigiéndole que me describa con detalle qué es lo que hace y no protestar ni cuando se empeña en follarme por todo lo alto. Y lo ancho. 

- Quiero que te quites las braguitas y me las metas en la boca. Colócate después a cuatro patas. Ábrete el culo con las manos y enséñame ese agujerito que tanto te cuesta entregar. ¿Cuándo fue la última vez que tuviste una polla ahí? 
- Es tuyo...
- Tienes pinta de no hacer un trío desde hace tiempo. La semana que viene vendré con una amiga que le encantará meterte los dedos bien dentro mientras yo te lo como. Pero hoy estoy inmerso en tu culito. 

Hace meses que no invito a terceros a mi cama. Y semanas que no entra nadie en ese agujero por el que se abren paso las letras de mi amante. Mis bragas están mojadas, no puedo evitar tocarme con una mano mientras con la otra sostengo el teléfono móvil desde el que me están follando. 

Porque ahora mismo, me están follando. 

Los dedos de mi amante entran y salen a través de las frases luminosas que me llevan hasta su lado. Siguiendo el ritmo apropiado; el mejor. Ése que escupe en frases certeras y concretas. Sin rodeos, sin medias tintas. Haciendo que siga sus embestidas con la misma devoción que si sudáramos juntos estas sábanas.

Un tío que escribe así sabe hacerme gemir. Es sexo; sexo 2.0. Me vale. 

miércoles, 23 de julio de 2014

Aquí mando yo

Shibari, doctrina sexual japonesa. 




No podrías moverte aunque quisieras. La cuerda te aprisiona los brazos por detrás de la espalda, inmovilizándolos uno junto al otro, encontrando anclajes en cada nudo de tres vueltas que divide los cordajes. Filigranas de pita que rozan en las muñecas, los antebrazos y hasta los hombros. Te escuecen los arañazos. Te duelen. Se arranca la piel cada vez que te mueves lo más mínimo, recordándote que no debes ni intentarlo.  

Separa aún más las rodillas; la serpiente te lacera las ingles con un simple tirón. Desde los tobillos hasta la cintura, cada pierna marca el recorrido de la desventura de tu excitación. Ésa que te provoca distinguir la sumisión. Ábrete. Más. Quiero ver tu sexo y saber que late acelerado por si ando cerca. Ojos vendados, manos detrás de la espalda junto a las nalgas de las que emergen tus piernas. Patas de araña que ahora se recogen con la cuerda y que te postran en esta posición. 

La que quiero y como quiero. Aquí mando yo. 

Ni siquiera tendré que rozarte. Bastará con que tense un poco la cuerda. Que tire de ella hacia mí, para que tú gimas de placer. Aunque te duela...Me costará distinguir semejante combinación cuando te retuerzas. ¿Qué es? Dímelo. Será un placer escucharte tratando de explicarme por qué te gusta tanto. Trata de justificar que no poder moverte te relaja; verbaliza como puedas que cada arañazo de esta soga te obliga a dejarte mecer a mi antojo, de puro sufrimiento. Sobre todo explícame por qué te gusta tanto.  

Debajo del corsé, los músculos lasos, relajados, tranquilos. Se desatan las contracturas de la espalda con cada arañazo del cordel por muy vasto que sea. Te abandonaste a esta tortura a la primera lazada. Con esa que nació como un rosetón juntando las correas que bajan desde el cuello para tensarse debajo de cada pecho. Solo con pasar el dedo por el borde de la cuerda me basta para que te venzas ante mí. Y eso que apenas la rozo. Sólo pensar que pudiera pasar esta soga por esa polea que tienes sobre la cabeza te parte en dos. 

Sí, claro que sí. Quieres que lo haga. 

Hacer de ti el cubo que sube cargado de agua desde lo más hondo de tu pozo. Suspender todo tu cuerpo en el vacío amarrado a esta maroma para que te horade la piel hasta hacerte gritar. Quiero que grites. No pararé hasta que no me lo supliques. 

Sin follarte. Para qué. Qué necesidad hay de banalizar este santo orgasmo. Si en cada jirón que has dejado en el cáñamo te has desprendido de todo lo que te aleja de mí, de lo que nos separa. De toda esa mierda que nos convierte en pareja pero no por eso en amantes. Yo sólo elijo amantes sin un rescoldo de infelicidad. Y la tuya se ha desprendido en cada tirón de la cuerda que aprisiona y lacera todo tu cuerpo. 

Siempre te dije que te daría todo lo que quisieras. 
Hoy ya sabes que además lo tendrás como más te gusta. 

De eso se trata. 

jueves, 17 de julio de 2014

Infidelidad, bendito tesoro.

Milo Manara


Me gustan las noches de los viernes. Se me antojan cuajadas de sorpresas que corroboran la premisa de que acabo el día con más expectativas. Nadie sabe lo que nos deparará el fin de semana. Y yo siempre he deseado reventar las expectativas de cuantos me rodean. Conocidos o por descubrir. 

Este viernes va a tener una noche de infieles. Sí, decidido. 

Infieles que sucumben ante otras manos arrancándole la ropa, nuevos dedos cuyo grosor no golpea donde siempre ahí adentro. Bocas que muerden donde no tienes marcas, que lamen saliéndose del recorrido. Gemidos cuya cantinela no podrías enmarcar en ninguno de tus recuerdos. 

Un falo diferente, un coño que no sea el propio. 

Otros. Otras. 

Y tú. 

Así de sopetón esos son los detalles de la infidelidad. Follar con quien unge con su lengua entre tus piernas carnificándolas. Bienvenida sea la sorpresa de no adivinar cuánto va a tardar en meter también los dedos.. 

Llevo toda la semana repasando a ver si conozco a alguien que no haya sido infiel alguna vez en su vida. Uno, uno solo. Y a los que les presupongo que no han sucumbido al hechizo de echar un polvo fuera de la pareja, no les ha quedado otra que asumir que la bomba de relojería les explotó en la cara. ¡Boum! 

Nos damos de bruces con la infidelidad a los quince años. Había sido el primero que me había metido mano en mi portal. Seis semanas tardó. Seis. Y fue coronar mis pequeñas montañitas y tardar menos de una en enrollarse delante de mi cara con una que era mayor y que no tardaría tanto como yo. Creo recordar que con esa aguantó un par de meses. Nadie dijo que a mí me gustaran los que querían novia.  

Perdonar lo que haya que perdonar que lo gestione cada uno a su gusto. Y yo ya lo saben, llevo los cuernos de marcaSerá infidelidad acelerarse de más al no distinguir el olor con la que restriegas. Ya verás tú si te pones a descubrir si puedes con todo lo que trae de serie sin haberlo pilotado. 

Los viajes de trabajo no merecerían la pena si no fuera porque en alguno amaneces en una habitación dos plantas por encima de la que guarda tu ropa. A nadie le gustan las jornadas laborales en otra ciudad si después de esa ducha sanadora no existiera la posibilidad de  que te sorprendieran con sexo redentor. De ése con el que pecamos. Elegimos alejarnos de nuestra vida para montarnos una nueva película. Dándole la parafernalia exacta para que no pase más allá de una muesca en el revólver. A ver si ahora no vamos a poder pecar como manda la santa madre iglesia; aún quedan los que comulgan con ella. Puestos a asumir la existencia de Dios exijo que haya sido él quien inventó el sexo. Ya seré yo la que envenene la manzana y elija quién la muerda. Pobre de Adán si la buena de Eva no le hubiera dejado largarse con ella del Edén aquel. No debía de follar tan mal, de eso estoy segura. 

sábado, 5 de julio de 2014

Verano, por fin.








"Gulliverina" de Milo Manara




Qué bien que por fin el calendario se situó dónde mejor puede estar para que yo me venga arriba. Esas fechas en las que lo mejor que me puede pasar es no tener más obligación que descansar de todas y cada una de mis aristas y seducir a los tipos que ponen el verano como excusa para pasar como una exhalación por mi vida. 


Me encantan los amores de verano. 



Toni se llamaba el chaval que me dio mi primer beso en los labios. No tengo ni que pararme a pensar mucho para recordar los detalles que interesan: playa de la base militar de Pollença (Mallorca). Media docena de niños y niñas que pasábamos una quincena de retiro con nuestras familias, en residencias de verano instaladas en cuarteles y bases militares que el Ejército del Aire destina para sus trabajadores. Buen precio, excelente servicio y en lugares fantásticos. 



Un lujazo, oigan. 


Toni había llevado en la cesta de su bicicleta un cassette de esos que los macarras un poco mayores denominaban "loro". El suyo con doble pletina, lo más. Era el líder de la pandilla: mayor que los demás, él empezaba el instituto en septiembre; pelo castaño, alto. De esos a los que el verano, tostaba la cara y clareaba la medio melena. Un puro nervio de chaval, sin músculo de gimnasio pero sí de enredar. El que mejor montaba en bici (hasta sin manos), el que daba volteretas antes de caer sobre el agua después de salir disparado de la toalla, el que chapurreaba un poco de inglés porque sus padres eran mallorquines y él tenía la suerte de ir cada verano. Manos enormes, un 45 de pie, tres palmos más alto que el otro niño de la panda y lo más importante del mundo: mellado. Un triángulo perfecto en los incisivos centrales convertían su dicción en un seseo insolente que me enloquecía.


Cuando hablabas con él era como si conversaras con una serpiente...

Y encima más bueno que el pan. Brutal. 

Que fuera el primero que me tumbó en la arena para pegar sus labios a los míos y llenarme el pelo de conchitas diminutas, marcaría mi forma de disfrutar todos los veranos que han de pasar por mi vida. Aquel beso me lo dieron la última noche de la pandilla juntos. A la mañana siguiente regresábamos a Madrid y de ahí cada uno para su pueblo. No saben lo lejos que está Cuatro Vientos de Getafe sin el MetroSur. Máxime cuando tienes doce años y te besa uno de quince. 

No lo he vuelto a ver en toda mi vida.

Si de algo soy penitente es de la cofradía del santo verano. Yo también entro en éxtasis en  mis procesiones. Abriendo mucho los ojos para no perderme detalle del bálamo que lamo. Arropándolo dentro de mi boca, arrastrándolo hasta el fondo del pozo, encogiéndoseme la garganta cuando roza cualquiera de mis dos campanillas. Dos, sí. Recuerden que yo tengo dos. De ahí que mis autos de fe pasen por ellas. Para volver a sacar su pene apretándolo en los labios, regodeándome en el cáliz que guarda el vino de su santidad.

Y no parar hasta beberlo.

Igual que por las calles sevillanas los feligreses cantan saetas desgarrándoseles la voz honrando un trozo de madera, yo rezo a voz en grito las oraciones en cada penetración con amén incluido. A mí también se me saltan las lágrimas de emoción viendo a mi santo cuando brota mi garganta y me explotan las entrañas en un pedazo de polvo. Ese, santo y divino. Yo también quiero terminar con las muñecas laceradas de que me agarre los brazos contra las sábanas de cualquier cama. O los cinco débiles moretones en cada una de mis caderas que demuestran que me colocó para clavármela hasta el fondo.

Sí, mi liturgia deja también marcas. Y sólo encuentro bálsamo en dedos ajenos que las acarician de noche en las terrazas. Siempre lo asocio a noches cargadas de sexo... "Contigo Dentro".

Qué suerte tengo de que por fin sea verano.