jueves, 29 de noviembre de 2012

Final de partido

Balón Mundial fútbol Italia 1934

Llenarte la casa de tíos en cada partido de fútbol no es gratuito. Todo lleva un rodaje. Para llegar hasta aquí te tienes que dar cuenta de que el enemigo no es el fútbol. Mereció la pena aprender a buscarle el lado positivo y ser la que abría la casa a quien quisiera verlo aderezado de los mejores comentarios que jamás escucharemos. Para eso está "El Patillas". Un crack. Bastó con que los colegas entendieran que suficiente hacía pagando el Satélite Digital para que ellos trajeran las cervezas y litronas. 

Que no está ningún horno para bollos. 

Aparecen con la tortilla de patatas y, si se estira alguno, lo mismo hasta hay jamón serrano de los de paquete de plástico. La última vez que comisteis cortado a tapas fue en casa de vuestra madre. 

Como para quejarse. 


Me gusta que estén todos por aquí. Como si se les fuera la vida en este partido.  Porque ya se nos va cada vez que miramos los otros partidos, vencedores por mayoría absoluta con el menor numero de votos de la historia de nuestra democracia. 

Fútbol mediocre que consigue los tres puntos. 

Y venga de cervezas y venga de risas. En esta casa el fútbol suma; nunca resta. Somos madridistas, atléticos, culés, deportivistas y hasta cadistas. Pero no gilipollas. 

No quedaba otra que incluir el fútbol en mi vida. Y esperar como agua de mayo el partido del sábado, fuera el que fuera, garantizando la paz interior de cada una de las personas que me importan en esta vida. Incluido el tipo que se ha acostumbrado a que su chica se pasee en verano, en la final de la copa de Europa solo con un camisón si hace calor. El más bonito, cabrona. 

Lo mejor siempre está por llegar después de un buen partido de fútbol. De esos cargados de polémica y rencor, un Real Madrid - Atlético de Madrid como el del sábado. ¡Olé! Me juego las dos manos a que no va a hacer falta siquiera que me calce el tacón oportuno. Hasta descalza consigo que esta noche me toquen el culo. Y solo lo hará el que yo quiera. 

Para que después se la coma entera. Gane o pierda. 

Haré que mi amante olvide esa falta lanzada desde fuera del área que sortea la barrera de los más  altos del equipo contrario. Falta maldita de mitad de partido. Todos agarrándose los huevos; por seguridad. Los del campo y los de mi salón. Encogidas todas las almas. 

Prometo eliminarla de su recuerdo utilizando mi boca. Déjame siquiera que calme el escozor del resultado apoyando la verga en mi lengua y humedeciéndola entera. Ya sé yo que contendrá la respiración exactamente igual que al ver el trallazo del delantero de turno. ¿Otra vez él? Sí, otra vez. Así de soberbio. Y de bueno. Porque mira que es bueno. Tanto como para que  mi aficionado favorito condense en la garganta el grito triunfador, tenso, ese provocado por mis labios alcanzando sus huevos. 

Hasta el final, claro que sí. Que no se diga. Con ese ruido que delata que reboso tanta saliva como que he humedecido mi ropa interior. O puede que más; comprueba. 

Ahora se trata de que me mire a la cara, en vez de perder la mirada frente al televisor. Ya ayudo yo a borrar el recuerdo de la cara del portero del equipo que  no venera. El mismo que se irá para donde mande el Chelsea el año que viene. Voy a hacer todo lo posible por que prefiera mejor mi cara, esta que quiebra el rictus hierático de las vírgenes.  Que no recuerde en toda la semana el brillo en los ojos del cancerbero rival al adivinar por dónde llega el trallazo de la estrella que lanza furioso la falta. 

Casi grita, casi. 

Se levanta del sillón con los puños apretados con la misma furia con la que agarra las sábanas cuando rodeo su capullo hinchado, lamo y relamo. Más. Más. Y otra más. 

Cómo no me va a gustar un buen partido de fútbol si además me encanta consolar al perdedor. Permitiéndole una vez más que solo avise porque quiera correrse donde más le apetezca. Hasta salpicarme; hoy apostó y perdió. Como no le voy a dejar que se quite la espinita clavándomela entera. Si soy yo la que gritó de emoción justo en el minuto 3 del descuento, cuando el colombiano de mi equipo, no del suyo, marcó. 

Imagina ahora, que ya han pasado un par de horas. No hay final dramático de partido que no cure yo.

jueves, 15 de noviembre de 2012

Cuernos de marca






Llevamos los cuernos incorporados. Así, de serie. Los ponemos y nos los ponen; los escondemos pero detestamos que nos los escondan; los paseamos y permitimos que los paseen. Y todos y cada uno de nosotros somos los mejores estrategas ante un buen ataque de cuernos. Eso lo que más. Un buen ataque de cuernos; qué gustazo... 

Ese momentazo en el que consigues erizarme el vello ahí ante mí, hecho un energúmeno y fuera de ti. Clavándome tus pupilas un pelín dilatadas, que encima soy de las que aguantan la mirada aunque solo sea para comprobar si me miras a la cara o te interesas como todos en el escote. Por si puedes perder algún punto más.. Estás en ello. Y ahí estás despotricando, qué bien me despotrica mi niño. Cómo me demuestra el amor verdadero hecho una verdulera en el salón, increpándome haberse enterado de que le he puesto los cuernos. 

Y encima me lo justificas ascendiendo una mierda de cuernos a traición. Toma ya.. Con dos cojones. Hacerle algo más que ojitos a uno que pasaba por allí o dejarte mecer por ese nuevo descubrimiento en el trabajo pasan a quebrantar nuestra fidelidad y ¿lealtad? ¿Qué entiendes exactamente por lealtad, mi amor? Porque para mí no es ni mucho menos que anoche, si se dio así la luna, tú siguieras a la morena más guapa del garito hasta el cuarto de baño más grande donde el maleo podría cobrar todos los matices imaginables. Llevaba una falda negra hasta la rodilla incapaz de soportar la tensión de las cremalleras; fueran las que fueran. Que hasta a mí se me hubiera bajado hasta el dobladillo de este vestido negro que llevo si me hubiera mirado como te miró a ti. Y como la miraste tú a ella, mi amor. Cómo me excita que me mires así, como a ella. Quizás en vez de esa camisa negra con botones de nácar morados, hubiera elegido una camiseta un poco más neutra. 

Con ese culo puede permitirse el lujo de que todas las miradas se concentren en él. Mira qué culo,eso es lo que entiendo yo por un buen culo, ¿lo ves? 

No te quedó otra que seguir la huella de sus tacones hasta el baño, que lo  mejor del "Jazz Club" es que podéis entrar los dos. Y nadie preguntará si vais a tardar mucho. Todo a su tiempo. Yo hubiera elegido medias de liga negras, como las que me regalaste un día porque sí; bueno, porque sí, no. Porque son perfectas para que yo te la coma esta noche. Con los zapatos apropiados de tacón siempre. Los que enseñan mis uñas pintadas;  hace mucho que no tengo para el "Fire" de Chanel pero éste de Mercadona da muy bien el pego. A que sí. Sus medias eran tupidas y muy apropiadas. Solo espero que sienta la misma debilidad que yo por el modelo que dejan que solo tengas que apartar la braga en la primera embestida con algo que no sean tus dedos. O también con ellos, eso ya lo decides tú. 

En eso no soy caprichosa así que aprovecha. 

No entiendo muy bien a qué viene indignarte tanto por unos cuernos cuando sabes  que todos los que no son tú aún no se han enterado de que me pone cachonda que me muerdan el cuello. Pero con esa carencia entre despacio y parecer que me vas a arrancar un trozo de carne que te sale tan bien. Y notar tu respiración en el inicio de la espalda. ¿Dónde si no? A ti te parecen un ultraje   estas marcas que tengo diminutas y un poco violáceas. Insultantemente equidistantes sobre mis caderas, una en cada una. Y las otras ocho rodeando en sendos grupos de cuatro todo mi perímetro. Sabes que me gustan los hombres con manos grandes. ¿No ves las tuyas? Más me gusta que me agarren mientras me follan. Y a eso pocos se atreven. Ahí me pierdo. 

Miénteme al menos y dime que no pesa menos que yo, que también era de las que les mide la pierna más de un metro nueve... Porque con solo una de ellas  encima de una tuya, el otro taconazo en el suelo y sobre el lavabo sabes que se consigue el equilibrio perfecto para que te dejara entrar, enganchadas las manos a tu cuello.  Pero tú apoyando la mano izquierda en la pared; si lo haces hasta para mear, que dejas caer todo tu peso en esa misma mano cada mañana mientras con la derecha apuntas para que no salpique de más. Por cierto, dos cositas: tienes una mancha ya a la altura de la mano en la que descansas en las meadas y ayer llegaste fino; apuntaste fatal. Dominada la postura con tu entrenamiento diario lograste la perfección en aquel polvo rápido. Que sí, tonto, que se corrió. No estaba tan borracha como para fingir. Y tú follas bien; te lo digo siempre. Follas muy bien. 

Ambos sabemos que el tipo con el que te he puesto los cuernos jamás habría encontrado la canción para que frene cuando me desboco por el pasillo porque no bajaste la basura. Eso nada tiene que ver con que yo quisiera que fueran otras manos y no las tuyas las que me agarraran. No por nada en especial, de verdad. A veces te olvidas de que no basta con decirme que me quieres. Bastaría con que volvieras a tratarme como a esa mujer que puede irse en cualquier momento. Mejor aprovechar ahora. Que aún nos seguimos dando tiempo. 

Deja de montarme el melodrama barato como si yo te hubiera ultrajado que lo único que he hecho ha sido echar un polvo. Y te recuerdo que tú otro. Sabes desde el primer día que el único significado que admito de traición entre tú y yo es pasar más de un día conmigo de los que quieras pasar con ella. Si encima fue sexo sin una pizca de amor es que eres un mierda. Por no haber sido lo suficientemente discreto como para no enterarme jamás. Recuerda que con la última así me dio la risa. 

Ya solo falta que te obceques con que mi infidelidad ha dañado tu honor como si el honor no fuera preguntarte cada mañana al abrir los ojos si quieres seguir amaneciendo en unas sábanas que huelen a ámbar, a ti y a mí. O cambiarlas por otras nuevas. Y tener la honestidad de hacer lo que te respondas; sea lo que sea. Que eso sí que es honrado. Y no venirte a casa con dolor de huevos ni yo con furor uterino. Nosotros somos muy capaces de transformar esa absurda quemazón en una pelea aún más dura pero también más perjudicial que esta cascada de reproches. 

Estoy preparada para hacer de los cuernos toda una marca y lucirla. Simplemente demuestran que sigo en la brecha. Hay que ser la mejor para estar contigo. Y tengo claro que solo me quedo con el bueno. 




jueves, 8 de noviembre de 2012

Uno más en la pandilla


"The Royal Palace" by Isaac Beerman



No me gustan las mujeres más allá de mis cuatro amigas contadas. No me entiendo con ellas ni tengo por qué. Demasiadas veces deseo con todas mis fuerzas no pertenecer a ese género humano a pesar de encabezar, defender y demostrar que las mujeres no solo somos buenas en todo; somos las mejores. Hasta en lo peor. Y ese es el problema. 


Elegí ser del grupo de los chicos pronto. Tan pronto como me percaté de que las hembras usan balas que matan lentamente después de entrar en el cuerpo y rebuscar, desgarrando músculo, tejidos y carne hasta alcanzar el órgano a batir y reventarlo con una explosión que siempre salpica. Y a ser posible con gran dolor, por favor. Aprendí a distanciarme para siempre de ellas cuando me demostraron, es lo único que demuestran cara a cara, que serían capaces de hacérmelas pasar putas. Muy putas. Y les perdí el respeto en cuanto corroboré que ni siquiera ese sufrimiento que profesan tiene un ápice de excitación. Cosas de no permitirse el lujo de dejarse atar en la cama mientras las follan. 

Con lo que a mí me gusta...

Solo una mujer es capaz de mentir, de obviar detalles mínimos de una conversación para cambiar por completo el sentido de la misma. Para tergiversar, manipular y enmierdar. Y luego se vestirán con el hábito de Medea si hace falta para poner a dios por testigo de que ninguno más osará ultrajarlas. Patéticas. Incapaces de ir de frente, de preguntar directamente, de elegir para el duelo que están dispuestas a batir las armas necesarias y elegantes que iguale a los contrincantes. Si hasta para pasearte desnuda por el salón debes aparentar flotar sobre tacones de 15 centímetros aunque vayas descalza. De aguja siempre. 


Mis hombres llegan a casa dando grandes zancadas, me buscan hasta en el cuarto de la lavadora si hace falta, se plantan cerca, bien cerca y mirándome a la cara me llaman "zorra" si ese es el primer insulto que les viene a la cabeza. Y escupen. Escupen toda mi fechoría que en esos momentos les puede parecer una gran cagada, me exigen responsabilidades y podemos enfrascarnos en la mayor de las peleas. De esas que no dejan títere con cabeza. En la que podré casi seguro demostrar mi inocencia si es que de verdad lo soy o bajar la cabeza gacha y reconocerles que sí, que soy tan "zorra" como dicen. Nunca fui de escurrir el bulto. 

De frente. 

Solo entiendo así las peleas, de frente. Para que las reconciliaciones sean igual de salvajes a pesar de no haber aprendido en estos veintitantos años de reventar camas a arreglar mis problemas en ellas, sino a rubricar el armisticio. De esos en los que te enfrascas después de gritar, patalear, sacar todos los trapos sucios que te han llenado el cesto de la ropa con jirones de reproches. Pero que tienen el dulce sabor no ya del perdón, para eso tiene que existir la culpa, sino la golosa sensación de que rendirse tapona la herida sangrante. Con tus besos. Con tus abrazos. Con tu forma de subirme la falda sin que alcancemos la habitación, colocándome de espaldas pero dejándome que me apoye en el alfeizar de la ventana. Ven, sí, así. Muérdeme la nuca al mismo tiempo que gruñes improperios si lo ves necesario. Agárrame las tetas desde mi espalda aunque solo sea para acercarme más a ese empalme que tienes entre las piernas que ya abro yo lo suficiente las mías para que entres y creas que empalándome pago todos mis errores, los tuyos y los del vecino que no nos habla. Haz que me ría y desate el nudo que entre los dos nos hemos amarrado en el alma. Empuja. Quiero que empujes. Quiero que creas que puedes sacármela por la boca en el siguiente empellón aunque solo sea porque te chifla creer que más que polla tienes pollón. Y así, sin quitarme las bragas ratificaré una vez más que no, no quiero tratar con mujeres, no quiero pelear con ellas, no quiero ser una de ellas. 

Prefiero seguir siendo lo que soy. Uno más en la pandilla.


martes, 6 de noviembre de 2012

Mujer mantis


alo4477 (Álex López)



Más allá de cuatro trifulcas en tuiter a cuenta del gobierno, dos mensajes a destiempo en un muro de facebook de amigo compartido y la casualidad de coincidir en un concierto de "Pink Martini" en el que ni siquiera nos saludamos, Óscar era un imperfecto desconocido más de derechas que el grifo del agua fría. Y de estos no tengo manual de instrucciones. Así, ni puta idea ni de tu vida, ni de tu mujer, ni de tus dos hijos, esos que llevas vestidos iguales porque no te atreves a diferenciarlos no vaya a ser que te sorprendan. Qué putada ser gemelo en una familia de derechas, qué putada. 

Me fui con él porque no hay nada que me guste más que hacer caer esas torres tan altas que nada tienen que ver conmigo. Que sí, los macarras que me llegan de serie me gustan por defecto. Cuajaditos de tatuajes, con el verbo encendido y el acento gatuno. Capaces de besarme en los labios sin problema bajo la mirada mitad incrédula, mitad escandalizada, de todas las niñas monas y buenas con las que comparto jornada laboral. Esos sí. Los que cualquiera que me conozca un poco o un mucho ya piensa que me pueden gustar. Y que me gustan. Todo.

No es que necesite muesca alguna en el revólver de mis pecados. Solo necesitas no coger la navaja con la que pueda hacerla. Y yo te dejaré tranquilo. Aburrido, pero tranquilo. Óscar agarró esa  el mismo día que se le ocurrió escribir en un tuit que las tipas como yo merecían que alguno demostrara que ni estaban tan buenas, ni tenían la cara tan dura, ni follaban tan bien. Y claro que no. Claro que no follo tan bien, mucho menos estoy tan buena, pero sí soy caradura. Y tampoco te esperas que sea capaz de montarme encima de ti, pata aquí, pata allá, de forma que no te quede otra que golpearme con tu polla al empalmársete de la impresión. ¿Tu mujer nunca te monta? 

Así os va. 

Óscar siguió mis pasos única y exclusivamente para desmontarme el personaje. Si no de qué iba a meterse en el berenjenal de terminar sin apenas bebérselo y mucho menos comérselo en la misma manifestación en la que yo estaba. Él, que en su perfil de tuiter es de los que se declara, como quien no quiere la cosa y solo al final "Ah, y de derechas". Que alguien le diga por favor que ponga ahí puntos suspensivos y que quite la coma. Que hay que ser paleto. Pues si quería que quedáramos no le quedaba otra; o iba a la manifestación contra los recortes por lo público o yo no quedaba ni de coña. Y tenía excusa, la mejor; si vas a opinar sobre los que nos manifestamos tienes que estar allí. Y luego gritas, protestas, desmontas y hasta vilipendias. Era así, ¿no? Pues aquí. Si quieres pelea; así sea. 

Tres horas después de verlo acongojado porque se vio rodeado de toda nuestra escoria a la que tanto denosta desde el púlpito de su tuiter que apesta a rancio, Óscar y yo estábamos desnudos. Debió de ser por el subidón que da saber que un montón de desconocidos están jugándose la cara, tan fácil de partir por la policía de esta ciudad, defendiendo sus derechos y los de los hijos de pijos como Óscar. Esos que más temprano que tarde no tendrán otra que ir a un hospital público y desearán con todas sus fuerzas que jamás hubieran pasado a ser gestionado por una empresa privada. No vaya a ser que la enfermedad que los arrastra hasta allí no sea la típica gastroenteritis sino una abominable enfermedad de esas que matan. También a los ricos. Y durante toda aquella manifestación en la que lo cité, pude apreciar esa alteración que produce saberse rodeado de personas mucho más tolerantes que él. Y encantadas de verlo allí aunque no gritara contra este gobierno que nos ahoga, luciendo todas las marcas posibles de reunir en una única persona. Reloj incluido. Eso se la pone dura a cualquiera. 

Y Óscar consiguió que yo bajara la guardia. 

"La posada del dragón" es un maravilloso escondite en el que gustosa me pierdo si no te importa danzar conmigo hasta su puerta, subes sin morderme el cuello en las escaleras pero devorándome entera en cuanto cerremos la puerta. Y no precisamente la de emergencia. Esa déjala a mano, que yo siempre me ahorro el "momento camiseta". Después de arañarnos la espalda intentando arrancarnos las vestiduras, ya en pelota picada y justo en el mismo instante en el que yo le mordía la oreja, mi mano buscaba esa verga enhiesta que se corresponde sí o sí con haber llegado a ese momento. Porque es en ese momento en el que yo te monto, sí te monto. Me gusta mirarte a la cara mientras te beso, que yo beso con los ojos abiertos para memorizar quién es el propietario de esos besos, de esos pequeños mordiscos que das enganchándome el labio como queriendo arrastrarlo hasta lo más oscuro de tu garganta. No, no te lo lleves. Pero muérdeme un poco más fuerte. Muérdeme lo justo para que parezca que vas a arrancarme un trocito de carne y hazme creer que lo saborearás cuando yo no esté. Que yo soy muy de no estar después. 

Qué más hubiese querido. 

Es mucho más honesto no enredar la madeja hasta ese punto de no encontrar las agujas con las que tejemos el jersey. Total, si nunca más se lo iba a pedir prestado. O al menos confesar que solo imaginar a su mujer junto a aquella cama que tan dispuesta estaba yo en reventar a caderazos, lo bloqueaba por completo. Pero aquella polla que era pollita no por su tamaño sino por su acongoje, me hizo sentirme como una mantis religiosa que acojona a sus amantes y  devora a dentelladas mientras consigue alcanzar el orgasmo. Y por los ojos abiertos como platos incapaces de ubicarme, montada encima de él,  el listo, farruco y facha de Óscar, debió de creer que iba a arrancarle la cabeza y cenármela en ese hotelito de a 85 € el polvo. 

Mucho menos si crees que tu poca honestidad puede hacerme desearte siquiera por haber leído a Ortega y Gasset por encima de tus posibilidades. Yo sí que sé la diferencia entre enamorado y objeto de amor. Y tú, ni lo uno ni lo otro. Las mantis no comemos cabezas de otros insectos que no sean de nuestra especie. Las mantis cuando follamos queremos el trofeo más preciado, el más grande, el más sabroso. El de los tíos a los que no hay ni que indicarles el camino hacia la muerte placentera de fenecer entre mis piernas. Los mismos que cuando les arrancamos la cabeza, son capaces de mirarnos a los ojos y decirnos "Mira que me gustan las rojas de mierda".