domingo, 23 de febrero de 2014

Hablemos de fútbol

Los capitanes de las selecciones portuguesa y francesa intercambian las camisetas en la semifinal del Mundial Alemania/AP


Yo no sé mucho de fútbol. Apenas lo suficiente para que pueda hablar con los compañeros en el coche camino de una cobertura, poco más. 

A cambio soy muy buen público y he conseguido sacarle partido a todo cuantos se han cruzado en mi camino. Eso ya lo conté justo después de uno de esos derbis madrileños en los que se me llena la casa de tíos.  Tengo hasta etiqueta. 

Estaba claro que algún futbolista tropezaría con mis tacones en una entrada dentro del área. Me he ganado a pulso tener el fútbol entre mis amantes todo cuanto quiera.

Uno de los cuentos de "Con dos tacones" es la fantasía femenina de someter a varios hombres para que cada uno de ellos cumpla una función en su vida y por supuesto en su cama. Menuda es la abadesa de "Il Giardino del Monastero di Dee"

En esa corte imaginó la gracia de piel cerúlea y ojos de gata que me la relató, a Gianluigi Buffon, portero de la Juventus. Yo simplemente se lo escribí en bandeja. 

¿Por qué? Porque sí. Porque somos de las que que no encontramos el más mínimo gustirrinín en vilipendiar  a nuestros maridos, compañeros y amantes por esa pasión salvaje que provoca un gol de su equipo. 

Y nos emocionamos hasta el borde del llanto en aquella semifinal del Mundial de Alemania cuando el pie negro francés más fascinante de todos los estadios se intercambió la camiseta con el capitán de la selección lusa.

Figo, Zidane. Superen eso. 

A mí que me gusta un tío más que a un crío un regaliz con pica-pica, estaba claro que al fútbol le iba a sacar el máximo partido. La primera vez que salí en una televisión nacional fue por obra y gracia de un programa de deportes ya muerto, "Grada Cero" y maldije durante años no haberme ligado a Rafael Alkorta, a pesar de que me aseguré personalmente de que apareciera en absolutamente todos los vídeos que firmé. 

Rafa, tira de hemeroteca. Y me ignoraste. 

Con todos estos antecedentes, me han invitado el lunes 24 de febrero al programa "Estudio, estadio". A medianoche, en "Teledeporte" no vaya a escandalizar de más y perpetrar de menos. 

A hablar de fútbol como a mí me da por hablar de él. 

No abriré el pico en los comentarios sobre las jugadas del fin de semana, a pesar de que muchas las habré visto en este bendito salón en el que transcurren algunas de mis ligas y me arrancan las otras. Las genialidades de esos tuits con etiqueta incluida provienen del mejor comentarista de fútbol que existe, El Patillas. El mismo que no me lee, que le sobra con tenerme. No seré yo, como otros, la que las copie para soltarlas ante otros focos. Me sobra y me basta con ser su secretaria y que en vez de embestir inventando, lo haga fabulando con mi entrepierna. 

Lo bueno de mantener este idilio tan fantasioso con el fútbol es convertir en realidad las que tienen que ver con sexo comiendo toda la carne que tengo a mano.

Y cometer la osadía de aceptar la invitación de Juan Carlos Rivero e ir mañana por la noche a su programa.

Va a ser salvaje ver cómo los más gañanes se meten conmigo. Maldiciendo no ser considerados siquiera carne. De la que devoro con las dos manos; siempre cruda y muy bien aliñada. De esa.  

Para hablar de fútbol, como de sexo, me sobra elegancia. 


miércoles, 5 de febrero de 2014

El directo más difícil






La peor de las pesadillas de mi mejor amiga de primero de carrera era que se diera la posibilidad de subir a un vagón de Metro y encontrarse allí con todos los hombres con los que se había acostado. Decía que no sabría reaccionar, cómo saludarlos, qué tipo de mentiras contar y recordar para estabilizar lo que ella suponía que sería un gran escándalo. Esa posibilidad conmigo era bastante improbable. A mí como mucho, todos mis amantes me ocupaban dos filas de asientos de tres. Manejable. 

Conforme horadamos los 90, ella superaba con creces cualquiera de mis expectativas. Mientras yo enredaba con tipos con los que pasaba el rato, sobre todo mucho rato, ella encontró al que hoy es su marido. Buscó, comparó y eligió; yo me llevé muchos más chascos... Cada una a su ritmo, cada una con los suyos.  Diferenciándonos también en el tipo de periodista que seríamos, eligiendo en esta vida en el lado en el que queríamos estar. En el de las que temen encontrarse con sus amantes o en el de las que  los acumulan con la esperanza de reunirlos a todos. 

Veinte años de profesión y esta tarde me toca hacer el directo más difícil de toda mi vida. Al final del pinganillo no estará uno de esos pocos directores que he tenido que me ha aportado tranquilidad sacando lo mejor de mí. Esta tarde, ese director estará sentado a mi lado. 


No habrá cámaras. En este directo no se me verá enmarcada ni sus estupendos televisores  corroborarán que busco con la mirada a mi hermana y a mi madre.  A sabiendas de que ambas se han perdido casi todos los momentos estelares de mi carrera, irradiando orgullo al enterarse de mi pequeño gran triunfo, fuera el que fuera. Ninguna estará. Así que toda la platea me verá forzar una media sonrisa para coger aire. Esa mueca que tanto conocen y que es la única que me deshace el nudo que me impide hablar.

Así son todos mis grandes momentos. Tuvieron que pasar años para que yo me riera de mi fallida boda, en la que lo único que faltó es que alguno muriera apuñalado. Nunca  más seré el centro de atención de semejante puesta en escena; las toneladas de mi amor son  bastante más honestas. Eché a uno que pasaba por allí y me calcé unos vaqueros para correr hacia Atocha a las 8'30 de la mañana de aquel 11 de marzo, cuando una llamada angustiosa me contó que los trenes de cercanías no entraban en la estación más transitada de España porque habían puesto una bomba. Tuve contracciones en un directo en la plaza de las Ventas mientras explicaba el poderío de José Tomás y me puse de parto después de dos días de fiesta sin una gota de alcohol en las venas, veinte kilos de más y un calendario de cuentas para saltármelo yo a la torera. 

Una carrera profesional de esas sin grandes estridencias. De esas que dan en literatura lo que jamás reflejan en nómina. 

Volviendo a aquella amiga que tuve en la Universidad, los años se escaparon y cada una tiró para un lado. Cruzándonos muchas veces hasta que empezamos a esquivarnos. Ella, ya lo he dicho,  encontró al que hoy es su marido. Yo seguí buscando. Aquella amiga consiguió que jamás se diera la posibilidad de encontrarse a todos sus hombres en la misma estancia, triunfó en los medios convirtiéndose en una de esas que no flotan, sino navegan. A cambio, yo recojo tablones salvavidas a los que me aferro hasta que las olas me hacen naufragar de nuevo. Que no seamos ya ni cuarto y mitad de amigas es más que correcto.

Por eso el directo más difícil de toda mi vida es el de esta tarde. Porque a mí jamás me ha dado miedo reunir a los hombres de mi vida. Yo ya sé que sus ausencias hicieron posible la existencia de todos estos amantes. 


lunes, 3 de febrero de 2014

El Patillas no me lee; le sobra con tenerme.

Alexey Aloisov

Mira que siempre tuve claro que sería a partir de los 40 cuando yo estaría de verdad buena.  Con esta cara de antigua no te queda otra que asumir que tu belleza es de esas desgarradas pero sobre todo desgarradoras. A los 15 no te hace caso ni Blas. Así que te enrollas poco. A los 40 descubres que hasta tus tobillos recios pueden ser imaginados sobre los hombros de cualquiera.

¿Que no? Basta con que te lean...


Me chifla. Porque no tengo un duro, pero consigo que me inviten dos noches a la semana para que los filetes de lomo adobado sean suficientes para los que estén. Y unos y otros (los que lo hacen aspirando a que sea verdad que la chupo como escribo y los que saben que pasearme, además de divertido, es una obra de caridad), hacen que pueda disfrutar hasta de la montaña rusa. 

La misma emoción que supone levantar sospechas de que soy de las que se relajan en la ducha muy por encima de las posibilidades de un spa. Sí, una ducha. Cualquiera. Una vez escribí que basta quitar la alcachofa de la más simple del planeta para terminar apoyando la mano en la pared alicatada hasta el techo y perderte. 


Cuarenta segundos, oye.. Cuarenta segundos son más que suficientes. 


Desde el día que lo escribí no hay quien no esboce una sonrisa de medio lado cada vez que digo "Me voy a  duchar. Luego te veo". Sí, pueden ser los protagonistas de esa mi fantasía, pero no siempre. Déjenme cambiar de amantes de vez en cuando..


Una emoción que se agudiza teniendo al Atléti de líder. Que no lo era desde el 25 de mayo de 1996, cuando El Patillas hizo esta foto antológica que él disfruta y regala, como buen madridista que es, a todos  cuantos son capaces de agradecerla.



Julián Jaén



Este equipo que se ha hilado a mi vida con pequeños pespuntes cargados de liturgia... 
Esta semana, de líder, se la juega en el primer partido de Copa frente al eterno rival. A la misma hora y en la misma ciudad, en la que yo presento mi libro. 

Cholo, te consiento ésta porque si el Atlético de Madrid marca en mitad de mi directo más difícil, me encantará comunicar la noticia. Estaremos huérfanos de #oídoenmisalón qué le vamos a hacer. Hazme el favor de ganar al Real Madrid. Recuerda que estás en mi "lista de los cinco permitidos". Prometo, querido Fernando Garea, esperar a que acabe la Liga. Que como yo paso como una exhalación, para preparar la siguiente temporada ya ni se acuerda de mí. 


Todos nosotros de él, sí. 


Si el caso es celebrar, lo llevo diciendo ya mucho tiempo. Y yo aplaudo al que me entacona. 


Tacones. No necesitamos que pisen asfalto; solo quiero verlos. Que formen parte de esta estampa en la que yo me coloco de tal manera que los tacones emergen por detrás de mi culo mientras mi amante es el único que de verdad puede comprobar si la chupo como lo escribo. Si es verdad que hago todo lo posible por arroparla dentro de la boca. Dejando que entre hasta dentro, que tengo labios gruesos y podré coparla. Si tienen razón los que creen a pies juntillas que me gusta que se ponga así de dura para entonces, solo entonces, ponerme encima. Apoyando las manos en el cabecero; déjame que te baile. 


¿Será verdad que mis piernas resisten en tensión el tiempo que haga falta con tal de ser empalada en ese balanceo? Puede hasta que, sin quitarme los tacones, prosiga él de pie  sobre el piso, acercándome a mí al borde de la cama. "De espaldas, Tana", dirá. Para que yo clave las rodillas y agarre él el mando. A su vera. A su altura. Apretando con el puño cerrado el mismo estilete que me mantiene nueve centímetros por encima de mi metro setenta y cinco. 


Si fueran puñales en vez de tacones, lamería después la sangre que brotara de sus manos por aferrarse a esos tacones. 


Y siempre tranquila con todo cuanto cuento, que no altera jamás al hombre de mi vida. Ya lo dice él cuando le increpan los amigos con detalles de esas frases en las que relato mis calenturas.


"Yo a la Tana no la leo; me sobra con tenerla".