Esto del Facebook lo carga el diablo... Si lo sabré yo.
Reconozco ser una adicta grado medio-alto del portalito en cuestión. Todavía no me he enganchado desde el IPhone, pero tiempo al tiempo. En diez días me dan el primero... Luego ya me retracto. Entro con la suficiente frecuencia como para reconocer que me gusta hasta decir basta. Muchas posibilidades, muchas.
Pero lo carga el diablo. Si no de qué mantengo yo ahora intensas discusiones sobre la existencia de Dios con un sacerdote al que no he visto en mi vida pero que resultó ser amiguito de uno de los míos. Pero intensas, intensas. Porque se ha empeñado en que todo lo bueno de mi vida tiene un origen espiritual y divino que no veas, cuando veo yo todas mis satisfacciones más bien mundanas. Sencillitas y al uso, que no soy tan diferente...
A todos nos gusta lo mismo: ser felices. Y la felicidad ya he aprendido que no está fabricada sobre grandes triunfos, sino sobre pequeñas satisfacciones. Al menos en mi caso. Pues para él, gracias a la existencia de Dios puede canalizar su abnegada dedicación por el bien de los demás, por el alivio de sus dolores y por la normalidad de sus actos. Vamos, que es un tipo majete. Pero cura.
Y claro, me da un pelín de grima...
Porque es que por más que me paro a buscar, es que yo no lo veo. Sólo reconozco la excusa perfecta para que unos cuantos se forren con la excusa, salgan impunes de delitos, se inventen normas estúpidas y encima les dé por santificar el sufrimiento... Que es que ya hay que ser retorcido... Y encima viene el Papa y me entra el coraje por la pasta que nos cuesta, que me parece fenomenal que si fuera Bruce Springsteen costaría lo mismo, pero es que con Bruce por lo menos me lo paso bien... Pero con el Papa... Me entra una tiritona qué no veas.
Pues nada, él insiste. Lo reconozco, no vi su foto en grande antes de aceptar la solicitud y lo conocía de que escribía en varios muros frecuentados... Así que no es que haya topado con la iglesia, es que estoy de un activo que doy miedo. Porque me muero por convertirlo, que no corromperlo... Allá cada uno con sus deidades, las mías al menos no exigen chorradas.
Quién si no el diablo iba a ponerme a mí un cura cerca... En los 70 se disfrazó de niña poseída; treinta y ocho años después lo hace en histeria colectiva en red. Yo, sin dudarlo, me uno.
Y las conversaciones sobre Dios con el cura son hasta decimonónicas... ¿o empezamos a hablar de otras mucho menos espirituales pero infinitamente más divertidas e igual de intensas?
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