jueves, 13 de septiembre de 2012

"Tana, ¿tú te has acostado con una mujer?"


Muchos hombres se preguntan si me he acostado con una mujer. Deben de mezclar la curiosidad con la excitación que les provoca imaginar a dos mujeres en la cama. Que les chifla. Y soy carne fácil en temas de imaginarme; demasiadas veces solo soy eso: imaginaciones. Así que, en cuanto tomamos confianza, nos bebemos dos vinos y nos contamos algún amante sorprendente (sí, he tenido amantes que provocarían la extrañeza hasta del más crédulo), al final siempre formulan la frase: "Tana, ¿tú te has acostado con una mujer?"

A ver qué contestas. 

Por un lado me encanta cumplir todas y cada una de las expectativas de la mayoría que me rodean, sobre todo si hablamos de camas y porque somos de envidiar todos y cada uno de esos polvos extras que puntúan doble. Pero también sé que si mi interlocutor me hace esa pregunta es que ya me ha imaginado con los tacones encima de sus hombros. Y no siempre me apetece imaginarlo a mí también. 

A mí sin embargo me excita bastante poco dos de mis amantes follándose como locos mientras yo miro. No me pone nada. Lo mismo que verme con dos tíos en mi cama; la doble penetración ¡no! Si se entretiene el segundo con otras partes de mi cuerpo todavía, pero los dos a la vez ni de coña. Duele solo pensarlo. 

Por eso disfruto con la pregunta común que también alimenta mi ego: "Tana, ¿tú te has acostado con una mujer?" Que soy de las que piensan que nunca se debe preguntar aquello que no estés preparado para escuchar. Y en este caso la respuesta bien podría ser justo la que más esperas. Si te lo ganas te daré todo lujo de detalles. ¿Hecho?

martes, 4 de septiembre de 2012

Nunca fuimos una generación para nadie





Yo siempre he sido muy de elegir la opción B. Sí, la inapropiada. La que te estallaba en la cara porque no podía ser otra. A ver si no de qué vas y te enrollas con el adjunto al profesor de Teoría de la Comunicación justo el año después de que te examine y cuando ya has aprobado la asignatura. Pues yo soy de esas. De las que se sienten una mujer Honky Tonk solo porque escucha ese tema la noche que le dicen que sus nódulos en el tiroides empiezan a volatilizarse. Uno engorda pero otros dos se piran. A Parla a mamarla. De las que les viene la regla cuando han quedado con el pirado de tuiter que le escribe guarradas en los mensajes privados. Y la ponen irremediablemente cachonda... 

De esas. 


Pedro Bravo debió de estudiar periodismo conmigo en la Facultad de CC. de la Infromación de la Complutense. Pertenezco a esa selecta promoción que tuvo que reinventase porque estábamos un pelín saturados de la ejemplaridad de la Movida. Que sí, que fue estupenda, pero qué pereza dais todos sus integrantes cuando aleccionáis con aquellas vivencias tan productivas. Tardamos más en conocer los beneplácitos de las drogas sintéticas, sí. Pero todos follamos en aquel parking los sábados de cursos enteros. Pedro Bravo debió follar lo suyo. Nunca conmigo, lo juro. 

Ni yo llamaba tanto la atención como para que se fijara en mí, ni él era lo suficientemente alto como para que yo me percatara de su existencia. Todos tenemos nuestros prejuicios y para mí los bajitos empezaron a existir cuando rondaba los 35.. ¡Antes ni muerta! Pero ambos hicimos más o menos lo mismo: creernos tan listos como para escapar de nuestros errores. Supeditar la cordura para que después pagáramos las consecuencias. Y a veces, con creces. Yo tuve un Rufino que me partió la cara y él debió de tener un Sandín que lo jodió vivo. Por eso aprendimos a sobrevivir a todo; siempre elegimos la opción B. 


sábado, 1 de septiembre de 2012

Vecinos




Me hubiera encantado poder seguir viviendo en el centro cuando nació mi hijo. Me gusta Madrid precisamente por esa fuente de anonimato que irradia, por esa insolencia perpetua que te da que todos te ignoren. Solo en ese momento puedes sentirte alguien, cuando nadie cree que lo eres. Nos cambiamos a una urbanización con 14 portales con 27 familias cada uno de esos portales porque no teníamos espacio y sobre todo porque la casa en la que vivimos nos sale bien barata y ésa es una de las ventajas de tener familia política. 

No contábamos con los vecinos, claro. No contábamos con que a más de uno y a más de dos, les íbamos a chirriar, porque no queda otra que dar dentera si no cumples los requisitos que exige esta nuestra comunidad. Cualquier guionista que se precie debería pasar una temporada en una de estas colmenas humanas. 

También me hubiera gustado que hubieran sido más originales. Ponerme a parir porque no bajo a la piscina o porque mi hijo va a un colegio público es demasiado fácil. Me gusta más cuando lo hacen porque me ven salir de mi casa con mis mejores tacones un martes a las 8 de la tarde y con intención de volver a las mil. Aunque mañana tenga que trabajar, que para eso no patino en ninguna de mis salidas. Pero claro, no me queda otra que darles la razón cuando se me presenta mi vecino Alberto, con sus dos hijos de corta edad y su mujer, para decirme que me retiran el saludo a mí y a los míos porque no soportan que sea tan ruidosa. 

Lo soy. Soy ruidosa. 


Estridente, gritona, visceral y pestiño seguro. Educada a rabiar, pero ruidosa. Y encima alquilada. Algo que se paga caro. Que dejé de bajar a la piscina el día que un respetable padre de familia soltó como el mayor de los insultos "un alquilado de mierda" al referirse al pobre chaval con el que comparte descansillo. ¿Su delito? Había llegado a las dos de la madrugada dándose besos con otro hombre. Y fijo que también fueron ruidosos. 

Pero claro, entiendo no cuadrar en la mentalidad de todos aquellos que juzgan, condenan y ajustician en mitad del patio de vecinos a todos aquellos que hacemos ruido viendo a nuestro equipo ganar, perder o empatar. Mucho más si encima nos cruzamos con ellos una mañana a la misma hora que ellos salen un domingo con sus hijos para ir a misa. 

Y así me crucé yo a Alberto nada más llegar a esta urbanización, a las 9 menos cuarto de la mañana, embarazadísima y con los labios tatuados de rojo puta.