miércoles, 31 de octubre de 2012

Honrarás a tus muertos










Las noches de Halloween son como son. Ásperas. De esas que te mueres a reír por la ridiculez del momento, sea el que sea, pero que te escupen en la cara que tampoco puedes escapar. Viniste solita. De ti depende que te vayas acompañada. 


A mí siempre me da por desacralizar todo cuanto cae en mis manos, por muy inocente que sea. Ya me gustaría a mí mantener esa capacidad de idealizar de vez en cuando algo para al menos permitirme el lujo de disfrutarlo. Enterito. De principio a fin. Pero no. Por eso tienen que revolverme las entrañas una noche de Halloween para que yo pueda disfrutar del placer de disfrazarme de bruja puta, que no de puta bruja. O regalarme un día de todos los santos glorioso. Cargado de pecados

Para mí el día de todos los santos pasó de ser una festividad tétrica en la que la costumbre y el qué dirán obligaba a visitar los cementerios, a ser un día en el que lo más importante pudiera ser dónde empezar a lamer una cicatriz. Que todos tenemos alguna. Y ésta es la noche idónea para descuartizar la cama de un desconocido o repudiar al penúltimo fantasma que se te aparezca. Al fin y al cabo si elijo a mis amantes quiero resucitar solo a los que me apetezca. 

Y yo tengo uno desde hace nueve años. 

Mi fantasma no me da miedo, ni me quita el sueño. Solo aparece el 1 de noviembre de cada año, me quita el disfraz a mordiscos, me mira a la cara y me dice "Tana, ¿vas a resucitarme todos los años?" Y yo sé que sí, claro que sí. Lo sacaré de la misma tumba si hace falta solo para recuperar aquella gloriosa tarde en la que me ató a la pata de su cama para celebrar la festividad de todos los santos poniéndome a mí a cuatro patas. Sin dejarme mover las muñecas pegadas al cabecero, los tobillos atados y la cara pegada a su almohada. Mordiéndome justo donde la nuca se convierte en trapecio y resoplándome en mitad de la espalda. Y empujando, claro. Toda esta parafernalia solo se justifica si viene acompañada de embestidas de aquel calibre que me hace bufar. Sí, bufo. Levanto el labio retorciéndolo hacia la nariz siempre del lado izquierdo, enseñando colmillo y entreabriendo la boca para emitir un bufido perfectamente nítido. El mismo que consiguió que no le quedara otra que seguir, permitiéndome eso sí,  sentirme poderosa a pesar de su superioridad (¡ainss!) al notar cómo se corría. Porque conmigo, ahí y así, no se podía aguantar. 

Ni falta que hace. 

¿Merece o no la pena honrar de vez en cuando a los muertos? Si total, después vuelven todos a su tumba. 





jueves, 4 de octubre de 2012

Qué más quisiéramos







Si yo estuviera más buena sería insoportable. Lo que me faltaba ya a mí.  Un culo respingón, incluso ubicado entre mis generosas caderas que por supuesto superan el metro. Carecer de esas mollillas que unen los brazos al cuerpo justo debajo de la axila. Sí, ésta y ésta, mira; si se ven en todas las fotos en las que llevo tirantes, que por eso gasto pocos. Sin tripa. Sin nada de tripa. El sueño de cualquiera. Que no es que tenga mucha, pero que agradezco todos los días de mi vida haber hecho ballet hasta los 16. Que al menos sé tensarla y ubicarla perfectamente para que parezca que no tengo. Y ponerme esos vestidos que tanto te gustan. El negro ajustado con el escote cruzado con el que fui a los premios del Ejército del Aire sobre unos tacones azul petróleo de 11 centímetros. ¿A que parece que no tengo tripa? Pues ahí está. 

Tranquilo, en cuanto echemos tres polvos seguidos la descubrirás. 

Como que también ronco. Nada grave. Vegetaciones, tabique pelín desviado dan como resultado que ronque. Te acostumbrarás; siempre me salva que me gustan los tíos que roncan. Como los que no se depilan pero sí se recortan. Ésos, sí. Tú. 

Y los dientes. Blancos sí, bastante bien alineados pero pequeños. Muy pequeños. Con este pedazo de boca en la que además de caberme el puño me cabe tu polla entera, como mínimo debería tener unos dientes acordes. Más grandes. Un poco. Pues no. Me los he limado desde niña todas las noches de mi vida con ese rechinar debilucho pero constante que cuando discutamos te sacará de quicio. Y ya te aviso que después de una bronca conmigo el único que no va a dormir eres tú. Yo me desahogaré cagándome en tu puta madre, llorando desgarrándome el alma si es necesario. Y me daré media vuelta y me dormiré. 

Tú no. 


Imagínate todo esto y encima tener lomo. De esos que te das la vuelta a mirar porque no quieres perder detalle. Con mis dimensiones si quieres, pero con el producto perfeccionado. Niquelao. Sería insoportable. Así que te hice un favor desde mucho antes de conocerte y me empeñé en esconderme toda mi infancia, adolescencia y juventud en una Tana que no quería serlo, que no quería verlo, que no podía vivirlo. Es más fácil el melodrama. Sufrir. Ensayé todos los llantos posibles hasta conseguir la perfección; gracias a eso cuando discutamos deshago el nudo que se me queda en el pecho al pelear con el hombre al que amo en ese momento. Y afortunadamente he amado a varios. Tú eres el que no puede dormir; yo ya saldé cuentas. 

Y aunque eso no quiera decir ni mucho menos que no me gustaría estar tan buena como Megan Fox, que mira que está buena, me conformo con lo que hay. Y a ti no te va a quedar otra. 

Porque ni tú ni yo nos vamos a tirar a la Fox, aunque lo de zorra le saliera más allá del apellido. Qué más quisiéramos.