A mí siempre me da por desacralizar todo cuanto cae en mis manos, por muy inocente que sea. Ya me gustaría a mí mantener esa capacidad de idealizar de vez en cuando algo para al menos permitirme el lujo de disfrutarlo. Enterito. De principio a fin. Pero no. Por eso tienen que revolverme las entrañas una noche de Halloween para que yo pueda disfrutar del placer de disfrazarme de bruja puta, que no de puta bruja. O regalarme un día de todos los santos glorioso. Cargado de pecados.
Para mí el día de todos los santos pasó de ser una festividad tétrica en la que la costumbre y el qué dirán obligaba a visitar los cementerios, a ser un día en el que lo más importante pudiera ser dónde empezar a lamer una cicatriz. Que todos tenemos alguna. Y ésta es la noche idónea para descuartizar la cama de un desconocido o repudiar al penúltimo fantasma que se te aparezca. Al fin y al cabo si elijo a mis amantes quiero resucitar solo a los que me apetezca.
Y yo tengo uno desde hace nueve años.
Mi fantasma no me da miedo, ni me quita el sueño. Solo aparece el 1 de noviembre de cada año, me quita el disfraz a mordiscos, me mira a la cara y me dice "Tana, ¿vas a resucitarme todos los años?" Y yo sé que sí, claro que sí. Lo sacaré de la misma tumba si hace falta solo para recuperar aquella gloriosa tarde en la que me ató a la pata de su cama para celebrar la festividad de todos los santos poniéndome a mí a cuatro patas. Sin dejarme mover las muñecas pegadas al cabecero, los tobillos atados y la cara pegada a su almohada. Mordiéndome justo donde la nuca se convierte en trapecio y resoplándome en mitad de la espalda. Y empujando, claro. Toda esta parafernalia solo se justifica si viene acompañada de embestidas de aquel calibre que me hace bufar. Sí, bufo. Levanto el labio retorciéndolo hacia la nariz siempre del lado izquierdo, enseñando colmillo y entreabriendo la boca para emitir un bufido perfectamente nítido. El mismo que consiguió que no le quedara otra que seguir, permitiéndome eso sí, sentirme poderosa a pesar de su superioridad (¡ainss!) al notar cómo se corría. Porque conmigo, ahí y así, no se podía aguantar.
Ni falta que hace.
¿Merece o no la pena honrar de vez en cuando a los muertos? Si total, después vuelven todos a su tumba.