Balón Mundial fútbol Italia 1934 |
Llenarte la casa de tíos en cada partido de fútbol no es gratuito. Todo lleva un rodaje. Para llegar hasta aquí te tienes que dar cuenta de que el enemigo no es el fútbol. Mereció la pena aprender a buscarle el lado positivo y ser la que abría la casa a quien quisiera verlo aderezado de los mejores comentarios que jamás escucharemos. Para eso está "El Patillas". Un crack. Bastó con que los colegas entendieran que suficiente hacía pagando el Satélite Digital para que ellos trajeran las cervezas y litronas.
Que no está ningún horno para bollos.
Aparecen con la tortilla de patatas y, si se estira alguno, lo mismo hasta hay jamón serrano de los de paquete de plástico. La última vez que comisteis cortado a tapas fue en casa de vuestra madre.
Como para quejarse.
Me gusta que estén todos por aquí. Como si se les fuera la vida en este partido. Porque ya se nos va cada vez que miramos los otros partidos, vencedores por mayoría absoluta con el menor numero de votos de la historia de nuestra democracia.
Fútbol mediocre que consigue los tres puntos.
Y venga de cervezas y venga de risas. En esta casa el fútbol suma; nunca resta. Somos madridistas, atléticos, culés, deportivistas y hasta cadistas. Pero no gilipollas.
Fútbol mediocre que consigue los tres puntos.
Y venga de cervezas y venga de risas. En esta casa el fútbol suma; nunca resta. Somos madridistas, atléticos, culés, deportivistas y hasta cadistas. Pero no gilipollas.
No quedaba otra que incluir el fútbol en mi vida. Y esperar como agua de mayo el partido del sábado, fuera el que fuera, garantizando la paz interior de cada una de las personas que me importan en esta vida. Incluido el tipo que se ha acostumbrado a que su chica se pasee en verano, en la final de la copa de Europa solo con un camisón si hace calor. El más bonito, cabrona.
Lo mejor siempre está por llegar después de un buen partido de fútbol. De esos cargados de polémica y rencor, un Real Madrid - Atlético de Madrid como el del sábado. ¡Olé! Me juego las dos manos a que no va a hacer falta siquiera que me calce el tacón oportuno. Hasta descalza consigo que esta noche me toquen el culo. Y solo lo hará el que yo quiera.
Para que después se la coma entera. Gane o pierda.
Haré que mi amante olvide esa falta lanzada desde fuera del área que sortea la barrera de los más altos del equipo contrario. Falta maldita de mitad de partido. Todos agarrándose los huevos; por seguridad. Los del campo y los de mi salón. Encogidas todas las almas.
Prometo eliminarla de su recuerdo utilizando mi boca. Déjame siquiera que calme el escozor del resultado apoyando la verga en mi lengua y humedeciéndola entera. Ya sé yo que contendrá la respiración exactamente igual que al ver el trallazo del delantero de turno. ¿Otra vez él? Sí, otra vez. Así de soberbio. Y de bueno. Porque mira que es bueno. Tanto como para que mi aficionado favorito condense en la garganta el grito triunfador, tenso, ese provocado por mis labios alcanzando sus huevos.
Hasta el final, claro que sí. Que no se diga. Con ese ruido que delata que reboso tanta saliva como que he humedecido mi ropa interior. O puede que más; comprueba.
Ahora se trata de que me mire a la cara, en vez de perder la mirada frente al televisor. Ya ayudo yo a borrar el recuerdo de la cara del portero del equipo que no venera. El mismo que se irá para donde mande el Chelsea el año que viene. Voy a hacer todo lo posible por que prefiera mejor mi cara, esta que quiebra el rictus hierático de las vírgenes. Que no recuerde en toda la semana el brillo en los ojos del cancerbero rival al adivinar por dónde llega el trallazo de la estrella que lanza furioso la falta.
Casi grita, casi.
Se levanta del sillón con los puños apretados con la misma furia con la que agarra las sábanas cuando rodeo su capullo hinchado, lamo y relamo. Más. Más. Y otra más.
Cómo no me va a gustar un buen partido de fútbol si además me encanta consolar al perdedor. Permitiéndole una vez más que solo avise porque quiera correrse donde más le apetezca. Hasta salpicarme; hoy apostó y perdió. Como no le voy a dejar que se quite la espinita clavándomela entera. Si soy yo la que gritó de emoción justo en el minuto 3 del descuento, cuando el colombiano de mi equipo, no del suyo, marcó.
Imagina ahora, que ya han pasado un par de horas. No hay final dramático de partido que no cure yo.
Lo mejor siempre está por llegar después de un buen partido de fútbol. De esos cargados de polémica y rencor, un Real Madrid - Atlético de Madrid como el del sábado. ¡Olé! Me juego las dos manos a que no va a hacer falta siquiera que me calce el tacón oportuno. Hasta descalza consigo que esta noche me toquen el culo. Y solo lo hará el que yo quiera.
Para que después se la coma entera. Gane o pierda.
Haré que mi amante olvide esa falta lanzada desde fuera del área que sortea la barrera de los más altos del equipo contrario. Falta maldita de mitad de partido. Todos agarrándose los huevos; por seguridad. Los del campo y los de mi salón. Encogidas todas las almas.
Prometo eliminarla de su recuerdo utilizando mi boca. Déjame siquiera que calme el escozor del resultado apoyando la verga en mi lengua y humedeciéndola entera. Ya sé yo que contendrá la respiración exactamente igual que al ver el trallazo del delantero de turno. ¿Otra vez él? Sí, otra vez. Así de soberbio. Y de bueno. Porque mira que es bueno. Tanto como para que mi aficionado favorito condense en la garganta el grito triunfador, tenso, ese provocado por mis labios alcanzando sus huevos.
Hasta el final, claro que sí. Que no se diga. Con ese ruido que delata que reboso tanta saliva como que he humedecido mi ropa interior. O puede que más; comprueba.
Ahora se trata de que me mire a la cara, en vez de perder la mirada frente al televisor. Ya ayudo yo a borrar el recuerdo de la cara del portero del equipo que no venera. El mismo que se irá para donde mande el Chelsea el año que viene. Voy a hacer todo lo posible por que prefiera mejor mi cara, esta que quiebra el rictus hierático de las vírgenes. Que no recuerde en toda la semana el brillo en los ojos del cancerbero rival al adivinar por dónde llega el trallazo de la estrella que lanza furioso la falta.
Casi grita, casi.
Se levanta del sillón con los puños apretados con la misma furia con la que agarra las sábanas cuando rodeo su capullo hinchado, lamo y relamo. Más. Más. Y otra más.
Cómo no me va a gustar un buen partido de fútbol si además me encanta consolar al perdedor. Permitiéndole una vez más que solo avise porque quiera correrse donde más le apetezca. Hasta salpicarme; hoy apostó y perdió. Como no le voy a dejar que se quite la espinita clavándomela entera. Si soy yo la que gritó de emoción justo en el minuto 3 del descuento, cuando el colombiano de mi equipo, no del suyo, marcó.
Imagina ahora, que ya han pasado un par de horas. No hay final dramático de partido que no cure yo.