alo4477 (Álex López) |
Más allá de cuatro trifulcas en tuiter a cuenta del gobierno, dos mensajes a destiempo en un muro de facebook de amigo compartido y la casualidad de coincidir en un concierto de "Pink Martini" en el que ni siquiera nos saludamos, Óscar era un imperfecto desconocido más de derechas que el grifo del agua fría. Y de estos no tengo manual de instrucciones. Así, ni puta idea ni de tu vida, ni de tu mujer, ni de tus dos hijos, esos que llevas vestidos iguales porque no te atreves a diferenciarlos no vaya a ser que te sorprendan. Qué putada ser gemelo en una familia de derechas, qué putada.
Me fui con él porque no hay nada que me guste más que hacer caer esas torres tan altas que nada tienen que ver conmigo. Que sí, los macarras que me llegan de serie me gustan por defecto. Cuajaditos de tatuajes, con el verbo encendido y el acento gatuno. Capaces de besarme en los labios sin problema bajo la mirada mitad incrédula, mitad escandalizada, de todas las niñas monas y buenas con las que comparto jornada laboral. Esos sí. Los que cualquiera que me conozca un poco o un mucho ya piensa que me pueden gustar. Y que me gustan. Todo.
No es que necesite muesca alguna en el revólver de mis pecados. Solo necesitas no coger la navaja con la que pueda hacerla. Y yo te dejaré tranquilo. Aburrido, pero tranquilo. Óscar agarró esa el mismo día que se le ocurrió escribir en un tuit que las tipas como yo merecían que alguno demostrara que ni estaban tan buenas, ni tenían la cara tan dura, ni follaban tan bien. Y claro que no. Claro que no follo tan bien, mucho menos estoy tan buena, pero sí soy caradura. Y tampoco te esperas que sea capaz de montarme encima de ti, pata aquí, pata allá, de forma que no te quede otra que golpearme con tu polla al empalmársete de la impresión. ¿Tu mujer nunca te monta?
Así os va.
Óscar siguió mis pasos única y exclusivamente para desmontarme el personaje. Si no de qué iba a meterse en el berenjenal de terminar sin apenas bebérselo y mucho menos comérselo en la misma manifestación en la que yo estaba. Él, que en su perfil de tuiter es de los que se declara, como quien no quiere la cosa y solo al final "Ah, y de derechas". Que alguien le diga por favor que ponga ahí puntos suspensivos y que quite la coma. Que hay que ser paleto. Pues si quería que quedáramos no le quedaba otra; o iba a la manifestación contra los recortes por lo público o yo no quedaba ni de coña. Y tenía excusa, la mejor; si vas a opinar sobre los que nos manifestamos tienes que estar allí. Y luego gritas, protestas, desmontas y hasta vilipendias. Era así, ¿no? Pues aquí. Si quieres pelea; así sea.
Tres horas después de verlo acongojado porque se vio rodeado de toda nuestra escoria a la que tanto denosta desde el púlpito de su tuiter que apesta a rancio, Óscar y yo estábamos desnudos. Debió de ser por el subidón que da saber que un montón de desconocidos están jugándose la cara, tan fácil de partir por la policía de esta ciudad, defendiendo sus derechos y los de los hijos de pijos como Óscar. Esos que más temprano que tarde no tendrán otra que ir a un hospital público y desearán con todas sus fuerzas que jamás hubieran pasado a ser gestionado por una empresa privada. No vaya a ser que la enfermedad que los arrastra hasta allí no sea la típica gastroenteritis sino una abominable enfermedad de esas que matan. También a los ricos. Y durante toda aquella manifestación en la que lo cité, pude apreciar esa alteración que produce saberse rodeado de personas mucho más tolerantes que él. Y encantadas de verlo allí aunque no gritara contra este gobierno que nos ahoga, luciendo todas las marcas posibles de reunir en una única persona. Reloj incluido. Eso se la pone dura a cualquiera.
Y Óscar consiguió que yo bajara la guardia.
"La posada del dragón" es un maravilloso escondite en el que gustosa me pierdo si no te importa danzar conmigo hasta su puerta, subes sin morderme el cuello en las escaleras pero devorándome entera en cuanto cerremos la puerta. Y no precisamente la de emergencia. Esa déjala a mano, que yo siempre me ahorro el "momento camiseta". Después de arañarnos la espalda intentando arrancarnos las vestiduras, ya en pelota picada y justo en el mismo instante en el que yo le mordía la oreja, mi mano buscaba esa verga enhiesta que se corresponde sí o sí con haber llegado a ese momento. Porque es en ese momento en el que yo te monto, sí te monto. Me gusta mirarte a la cara mientras te beso, que yo beso con los ojos abiertos para memorizar quién es el propietario de esos besos, de esos pequeños mordiscos que das enganchándome el labio como queriendo arrastrarlo hasta lo más oscuro de tu garganta. No, no te lo lleves. Pero muérdeme un poco más fuerte. Muérdeme lo justo para que parezca que vas a arrancarme un trocito de carne y hazme creer que lo saborearás cuando yo no esté. Que yo soy muy de no estar después.
Qué más hubiese querido.
Es mucho más honesto no enredar la madeja hasta ese punto de no encontrar las agujas con las que tejemos el jersey. Total, si nunca más se lo iba a pedir prestado. O al menos confesar que solo imaginar a su mujer junto a aquella cama que tan dispuesta estaba yo en reventar a caderazos, lo bloqueaba por completo. Pero aquella polla que era pollita no por su tamaño sino por su acongoje, me hizo sentirme como una mantis religiosa que acojona a sus amantes y devora a dentelladas mientras consigue alcanzar el orgasmo. Y por los ojos abiertos como platos incapaces de ubicarme, montada encima de él, el listo, farruco y facha de Óscar, debió de creer que iba a arrancarle la cabeza y cenármela en ese hotelito de a 85 € el polvo.
Mucho menos si crees que tu poca honestidad puede hacerme desearte siquiera por haber leído a Ortega y Gasset por encima de tus posibilidades. Yo sí que sé la diferencia entre enamorado y objeto de amor. Y tú, ni lo uno ni lo otro. Las mantis no comemos cabezas de otros insectos que no sean de nuestra especie. Las mantis cuando follamos queremos el trofeo más preciado, el más grande, el más sabroso. El de los tíos a los que no hay ni que indicarles el camino hacia la muerte placentera de fenecer entre mis piernas. Los mismos que cuando les arrancamos la cabeza, son capaces de mirarnos a los ojos y decirnos "Mira que me gustan las rojas de mierda".
Joder, qué miedo
ResponderEliminarNo será a ti, compañero... A las mantis te las meriendas antes de que ellas puedan morderte la nuca. Estoy segura.
ResponderEliminarEl concepto que tienes de mí no se asemeja mucho a la realidad, pero tampoco te voy a negar que halagar, halaga.
ResponderEliminarNo soy hombre para las mantis. De hecho, no creo que existan realmente y, a la vez, sé que las hay por todas partes. Todos depredamos a quien está por debajo de nosotros en la cadena alimenticia. Yo creo que las mujeres mantis le arrancan la cabeza a los machos inferiores y la pierden por un macho superior. Como hacemos todos.
Me encanta leerte en frases largas.
muax