jueves, 14 de marzo de 2013

Auto de fe




Siento debilidad por los hombres con cicatrices. Soy de buscarlas en el cuerpo del hombre con el que deseo acostarme, fijándome hasta debajo de las cejas si es necesario, sólo por darme la satisfacción de encontrarlas y permitirme el inmenso lujo de perpetrar mi pecado. Son la fumata blanca que en vez de anunciar la llegada de gloria bendita con la que encontrar la poca piedad que tengo dentro, me conceden la bula exacta para hacer lo que me viene en gana. Que suele ser mucho. 

Por eso cuando las encuentro ya no hay excusa. 


A veces tengo la suerte de verlas claras, en mitad de la cara, atravesando una mejilla y pidiendo a gritos una explicación. Que me cuente la historia, todas las cicatrices tienen la suya. Que la adorne con los datos que quiera, no pienso corroborarlos. Y después que haga y deshaga a su antojo. Seguro que coincidimos. 



Será por eso por lo que le resulto tan fácil a los canallas. Pero sólo a los listos. De bobos ya tengo el cupo completo. Quiero toneladas de los que me aguantan la mirada olvidando perderse en un escote, bien falso en mi caso. Esos que se la suda si llevo las bragas rosas y el sujetador negro sin guardar la más mínima concordancia porque no me han llevado hasta este punto para que les haga el pase de modelos sino para arrancármelos ambos. A mordiscos si es necesario. Y sostenerme las piernas por encima de su cabeza para perderse entre ellas, consiguiendo que empape la tela que hay encima del sofá para disimular los años de envites. Que son muchos, ¿a qué sí? 



Son esas cicatrices insultantemente seductoras las que me colocan a mí de rodillas sin más plegarias que su bendito placer. Prometo esmerarme hasta el último segundo no vaya ser que no haya un mañana. Y si él es de los que entonces elegirían liarse a tiros, yo prefiero otra opción que me reporte el mismo delirio. Así, en esta postura tan mística, prefiero no esperar las campanas de ninguna iglesia tocando a felicidad plena. Ya junto yo las manos en señal de arrepentimiento dejando que quepa justo en medio, no vaya a ser que crea que no conozco la liturgia. Soy de fijarme mucho en los detalles, para repetirlos en esta homilía. Y tengo los ojos muy grandes, para poder mirar al de la cicatriz cuando me aparte el pelo buscando verme la cara bien.¿o será la boca lo que quiere ver? Inescrutables caminos los nuestros. Dejaré entonces que suelte los quejidos que jamás se permitiría si en vez de estar dándonoslo todo perdiéramos el tiempo intentando arreglar el mundo. 


El mundo, si tiene cicatriz, no existe más allá de mis oraciones, que no son otras que éstas. Las que me obligan como buena penitente a confesar que me gustan los gintonics y me los sé beber con él también dentro. Tuvimos suerte de alcanzar la edad justa para que, cuando consiga que lo que le pierda sea sólo mi boca, hacer que sea dentro de ella donde esconda su rosario. Sí, seguro que puedo. Así cuando al de la cicatriz le asalten las dudas sobre su fe, no le quedará otra que rezarle en todo caso a Linda Lovelace.  


De algo me tiene que servir haber nacido justo un mes después de que se estrenara la mítica película. 

4 comentarios:

  1. Entonces te gustara la película Crash(a buscar que hay dos con el mismo título , pero la que protagoniza Holly Hunter).

    Por otra parte , eso de la no concordancia de colores ..., prueba a ponerte braga-faja y/o lo que quieras de color carne , y si alguien quiere acostarse contigo yo diría que esta muy desesperado ggg.

    Besos

    ResponderEliminar
  2. "Crash" es una excelente película al margen de las cicatrices que muestra. Y en cuanto a la ropa interior.. ¡tengo que amortizar la que tengo! Pero ésa sí que sería una prueba de fuego...

    ResponderEliminar
  3. Frivolidades aparte, me gusta mucho tu manera de expresarte y de abordar los temas, tan sutil, tan suave y fuerte a la vez. Felicidades.

    ResponderEliminar