jueves, 7 de marzo de 2013

Reset




Hace casi dos meses que me alimento fundamentalmente de pan, mantequilla con sal, fruta, algo de verdura, poco pollo, un poco más de pescado, nada de carne, mucho té y aún más cigarrillos de liar. 

Encajo sin hacer grandes dramas que mi hijo abra el frigorífico buscando el postre y, cuando no encuentra lo que le apetece, me diga con voz de señor mayor de Murcia  "no hay yogures porque aún no has cobrado, ¿verdad Mamá?" No, no hay yogures porque aún no he cobrado, pero tranquilo que esta tarde te traigo. No va a ser ése el lujo que nos quitemos. Lo juro.

Los lunes son un suplicio. Y también los martes, miércoles, jueves, viernes, sábados y domingos. Porque abro el ojo en la cama a las 7'30 de la mañana para comprobar que no hay ninguna necesidad de tanta prisa. Ya no ficho en ningún sitio y ahora somos dos los que podemos llevar al enano al colegio. Aún hay un miembro de esta familia que tiene una hora de entrada. 

Tiemblo cada vez que suena el teléfono o el telefonillo. Un sábado doce de enero sonó ese mismo timbre y me dieron en mano un burofax con el que ponían punto final a mi relación laboral de casi 8 años con un canal de televisión que murió por culpa de políticos ineptos y que sanearon despidiendo a sus trabajadores. Sobra decir que dio lo mismo la profesionalidad para dejar dos plantas completas del canal exterminadas como si hubieran fumigado. Y que por supuesto de nada sirvió la profesionalidad para ir al matadero. Desde entonces todas esas llamadas traen noticias igual de demoledoras. Ya sea el banco, el seguro del coche que no hemos pagado o la Agencia Tributaria. Que me inspeccionan. A mí, que me hacen la declaración en sus propias oficinas y pago religiosamente todos mis impuestos. 

Pero no pienso parar. 

Ya me he parapetado con mi tirachinas en la puerta de mi casa para matar los dinosaurios que haga falta, los mismos que Pedro Maestre describió en su genial novela y que parece que ahora han encontrado mi guarida. 





Y eso que cuando la leí en mis tiempos de universidad, me pareció que nunca acecharían a la espera de arrancarme a mordiscos la moral. Pues aquí están.Y yo también. Esperándolos. Con un arsenal de cantos rodaos perfectamente elegidos para estampárselos entre ojo y ojo hasta que desistan en su empeño. Inventando y reiventándome cómo salir de ésta y haciéndome una experta en hacer la compra semanal con presupuesto de un día, agradeciendo a mis cuatro amigas que me pasen la ropa que ya no se ponen porque a mí me queda divina y subscribiéndome al nuevo diario on-line para estar bien informada de lo que pasa en esto que unos llaman país y que es en realidad un puto cortijo. Sin un duro pero bien informada. Pago por ello, no me voy de rositas.

Ahora las pocas buenas noticias me llegan desde allende los mares, desde México, donde me tienen en consideración profesional, pagándome más que dignamente mis colaboraciones en un canal. Que no me permite respirar hondo, pero evitan que sufra muerte súbita.

Quiero creer que soy de las que, como dice mi amiga Paloma Bravo, se comen el mundo y escupen los huesos. Aun cuando ahora más que nunca necesito a esa rubia a la que le saco cuatro palmos pero no le llego a la altura del zapato. Para que me coja de los hombros y me sacuda ayudándome con ese gesto a que se me caiga un poco toda la mierda que me cubre. Que es mucha. Ella lo resume mucho mejor que yo por haber sido novia de un papá. Y me obligo cada mañana a leer y releer las anotaciones escritas por mí en ese libro firmado por otra mujer con los rizos más envidiables del mundo que ha conseguido que el enano que quiere yogures de postre, persiga a las niñas de su clase reclamándoles besos porque en esta casa ya sabemos todos que no se gastan. Se las lleva de calle fijo. 




Así que disculpen si hoy mi texto es un escupitajo con el que saldo varias cuentas pendientes. Reseteo para comenzar de nuevo. He tardado 67 días en digerir la última hostia que me han dado con la mano abierta. Y ésta escoció de veras. Ahora sólo necesito correr por el parque sin más marca propia que batir que la de desconectar durante 45 minutos antes de llegar a casa y sentarme delante de este ordenador que va a pedales y que no puedo sustituir, a escribir un libro con todo el sexo que hoy falta en este post. Acojonada estoy. 

Pero yo ya me conozco y a mí los pecados me gustan por simple definición. No quiero una eternidad sin ellos. 




6 comentarios:

  1. Fiera, contagias fuerza y pasión. Los yogures los robaremos. Los besos no se nos agotarán. La destreza en el vivir no nos la quitarán los que nos joden. Gracias por compartirte, por desplegarte. Reconforta.

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  2. ¡Hecho! Gracias por tu comentario. Un abrazo.

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  3. Hola Celia, no voy a decir que me da pena, eso no esta bien. Como sabes yo te quiero mucho y creo que esta situación te ayudará a reaccionar y a reinventarte y buscar en ti cosas que seguramente desconocias.
    Hay gente que te quiere y yo ya ves que sin conocerte solo deseo lo mejor para ti y para tu precioso hijo y tengo esa imagen de los dos juntos sonriendo en aquel reportaje en el agua. Y nada que me enrollo te dejo un beso por aquí para tu niño y para ti.

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  4. Querido Marco, prometo reinventarme en lo que sea, que ya sabes que es verdad que soy capaz de tener un arsenal de piedras para descalabrar a todos los dinosaurios que vengan. Y con la pena no llegaremos a ningún sitio. Y tú yo yo llegaremos a dónde nos empeñemos; ya lo verás. Un beso enorme.

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  5. A mi me despidieron el 8 de febrero después de trece años trabajando para la misma empresa. Aún sigo en sock anafilactico por tan gran e inesperada sorpresa. Los días se cuentan ahora para fichar en el paro.

    Un reset es necesario. Gracias por tus letras.

    Salu2 y muchos besos.

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