jueves, 9 de mayo de 2013

Un nombre para el pecado.

Celia Blanco en una ilustración de Carlos Díez, amigo y admirador de la actriz


Ponte tú ahora a explicar por qué no te haces llamar por tu nombre en todas las redes sociales en las que has tejido las últimas amistades. Como si fuera tan fácil. A ver quién se cree que tuviste la suerte de que te abrieran el camino iluminándolo todo con tu nombre y encima dejando el pabellón así de alto. Tan alto que ya sólo pronunciarlo por teléfono crea más expectativas de las que jamás podría levantar. Lo confieso: yo no tuve jamás la suerte de que me arreglaran el rimmel entre embestida y embestida...
 
Cada vez que me da por pecar por todo lo alto termino empapada. Hasta las cejas. Y, una vez se ha escuchado el "Salve Regina en C menor" del Stabat Mater de Pergolesi que desata mis piernas de la espalda en cuestión, vuelvo a vestirme con el mismo modelito con el que irrumpí en las sábanas de mis perdiciones. Es momento de ascender de nuevo al cielo de mis tacones, besar como se besa cuando interpretas la escena final con la que te conviertes para siempre jamás en un bonito recuerdo y salir de la celda y el castillo de su vida con un "adiós, mi estrella". Claro que me apetece ducharme o cuando menos quedarme a dormir. Pero siempre consideré una tortura desayunar con la  ropa con la que se triunfa en el ruedo, por mucho que cortes las dos orejas en la corrida. Siempre he sido muy de ahorrarme el "momento camiseta", ése que te obliga a pedir prestada una prenda que casi seguro no piensas devolver. Y además ronco. Lo saben bien todos y cada uno de los que han sido algo más que amantes. No puedes hacer una escena final así de prodigiosa para hundirte en la miseria en los títulos de crédito.
 
Lástima no haber rentabilizado como mi homónima todas y cada una de mis actuaciones estelares. Al fin y al cabo ambas hemos sabido dotarlas de la parafernalia suficiente como para pasar a la posteridad de todos nuestros amantes. Ella filmándose con buena parte de ellos; yo, desapareciendo antes de tiempo. Sólo que la otra Celia Blanco, tengo que reconocerlo, es infinitamente más lista.

Un buen día eligió mi nombre para el artisteo, lo que le evitó que los repartidores del Alcampo de Moratalaz la llamaran a las cinco de la madrugada jadeando y describiéndole entre balbuceos las coordenadas exactas de su monte de Venus. Como si no lo supiera ella. O yo, que fui la que soportó todas y cada una de esas llamadas incendiarias. Cómo no vamos a saber localizarnos cada uno de nuestros puntos estratégicos sin necesidad de que un desconocido nos los ubique, siendo como somos ambas, de las que se tienen tan bien estudiadas.. Yo me comí todas esas; ella alcanzó con su seudónima rúbrica el limbo de las fantasías sexuales de tres cuartas partes del país. Hombres y mujeres rendidos a los pies de Cecilia, que así se llama en realidad, cada vez que se vestía con mi DNI. No quedaba otra que claudicar y abrirle las puertas de los delirios para recrear esos besos que ella gustosa repartía a diestro y siniestro.
 
Lo malo de no ser la verdadera Celia Blanco, la que consiguió alterar la compostura de una generación entera, es que ahora soy yo la que tiene que coger el testigo por obra y gracia de diez cuentos eróticos que aparecerán en otoño. Y me lo puso demasiado difícil la catalana, quien ahora de morena, sigue estando más buena. Mientras ella se acomoda en el regazo de uno de esos hombres que a mí me gustan porque sí, porque me da la santa gana, tengo yo que conseguir los mismos jadeos que ella logra tan sólo con su bendita presencia o con que susurre su nombre de mentirijilla. Da igual si yo me desgañito gritando el mío verdadero.

Lo bueno de toda esta historia es que yo siempre he sido la perfecta segundona, acomodada en reconfortarme con los restos del plato. No tener que abrir ningún camino me resulta infinitamente más sencillo que blandir el machete con el que retirar la maleza que me impide el paso. Así que agradezco infinito que eligiera mi nombre para dar rienda suelta a todo su arte, que blandiera medias rojas y tacones para ser penetrada sobre un sillón que después yo he aprovechado para recrear otras incursiones. Puede que menos perfectas, pero sí igual de lubricantes.
 

Ella que es puro delirio, que podría haber salido de cualquier historieta de Milo Manara, porque hasta con mi idolatrada  Miel le podía encontrar parecido...


sólo tendría que cambiar el largo de su recién oscurecido cabello para acercarse a la Valentina de Guido Crepax..








Ella que parece dibujada, ha conseguido que un sencillito "Celia Blanco" alcance cotas de oscuro objeto de deseo máxime cuando yo en todas y cada una de mis incursiones me libro muy mucho de dejarme grabar.

Gracias Cecilia por ponerme tanta literatura y dejar que fuera yo la que después la escribiera.

 

6 comentarios:

  1. Conseguirás que este verano no sea más que el tiempo que transcurre mientras llega el otoño con ese libro de relatos. Ya verás.

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    1. Me subí a la montaña rusa.... y empiezo el descenso..

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  2. Seré de ese 25% al que no la encuentra nada especial la actriz de cine, quizás porque en mi parafilia predomina las morenas. Y digo actriz televisiva porque también las hay actrices caseras. Pero imaginarme cualquier mujer con medias rojas .... no sabía que las hay tan horteras , con todo mis respetos. Hay gustos para todo y todos.

    Un beso

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  3. Hay medias rojas de liga divinas. Te lo aseguro. Sólo debes elegirlas bien.

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  4. La "otra" Celia probablemente tuvo su momento de grandeza, pero no es más grande quien asciende muy rápido que quien lo hace a base de un trabajo duro, constante y sacrificado. No nos hagas escoger porque sabes de sobra que estamos contigo.

    P.D. Dudo que la otrora rubia conozca el "Salve Regina en C menor" del Stabat Mater de Pergolesi

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  5. Jamás querría que escogierais entre ella o yo. Hay suficiente espacio para ambas. Y te sorprenderías de lo lista que es la actriz.. Puede que sí conozca a Pergolesi y todo... (Yo confieso saberlo porque escribo escuchando música)

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