Jesús Robles y María Siveyro en la entrega del Premio Especial a la librería "Ocho y Medio", que les entregó el secretario general de la Unión de Actores, Jorge Bosso (dcha). EFE/Archivo |
- Qué gran actriz se está perdiendo el cine español contigo.
Las frases de Jesús parecían sacadas de una película. Las declamaba acabándolas con la musicalidad del que se ríe de todo. Distanciándose de lo que era cruel, amansando lo que era salvaje. Dejando su impronta. Su firma. Parecían sacadas del guión de una buena película. La suya.
Jesús no merecía morir. Como ninguno de los que se mueren antes de tiempo, Jesús tendría que seguir aquí. Su final solo podía ser un "The End" en mitad de una pantalla gigante, de esas que aparecen al final de las películas, escritas con buena caligrafía. Y así fue. Autor de las mejores películas de mis reconstrucciones emocionales, Jesús guionizaba esos encuentros que parecían fortuitos, cocinando durante todo el día para reunir a unos cuantos en torno a su mesa. A comer enfrascados en conversaciones en las que nos abríamos en canal. Política, miedos, valores, amistades, sueños, rupturas y hasta amantes. Nos llevábamos todos nuestros fantasmas para escupir nuestras mierdas y poder terminar todos riéndonos de ellas.
También nos reíamos de él. De su vehemencia, de sus cabreos, de su tristeza por las injusticias que le ocasionaba haber apostado por algo tan pecaminoso como el cine español. El español, nada menos. Y no porque no tuviera razón, más que un santo, sino porque era incapaz de formular su enunciado sin terminarlo con una idiotez o un cotilleo goloso que alejaba rápidamente la conversación del dolor y la recuperaba en torno a la guinda sabiamente colocada. Sin desvelar secreto alguno; endulzando con un postre.
La palabra de Jesús era la fábula que María confirmaba. Tenía la imperiosa necesidad de transformar el melodrama en comedia, muy a lo Howard Hawks. Era ella la que terminaba el relato que su marido había convertido casi en sainete, para no dejar a la audiencia con la duda. Ellos dos, su hija Begoña y Lucas, el perro faldero de la familia, formaban muy buen equipo. El mejor.
Jesús siempre supo que iba a morirse. Lo tenía claro. Maldita la gracia que le hacía pero era capaz de terminar el diálogo que debía propiciar que todos los espectadores lloráramos a moco tendido, con una de sus frases gloriosas y arruinarte así la posibilidad de desatar tu nudo.
- Saldré en los homenajes de los próximos premios Goya.
- Tú eres idiota, Jesús.
- ¡Siempre quise verme en cine!
Así dejó de discutir conmigo, empeñada en ir a su casa a verlo porque sabía que la quimioterapia lo dejaba baldado. La decrepitud no iba con él, como tampoco va con ninguna de las grandes estrellas de Hollywood. Jesús era cinematográfico hasta para eso. Y ya que no había podido elegir la escena final, ésa que sale justo antes de que aparezcan las palabras finales, Jesús decidió que mi último recuerdo con él fuera nuestra última cena, a finales de invierno. Con un grupo de amigos, cada uno con sus mochilas, intentando salvar nuestro mundo y de paso el que compartimos con el resto.
María no descansa. Para qué. La librería sigue abierta aunque el ayuntamiento se empeñe cada dos por tres en sacarles un fallo a ver si puede deshacerse del hervidero ése en el que lo mismo hay teatro, que te tomas un café delicioso. Un lugar en el que se proyectan los cortos de Iván Zulueta con toda esa carga que a mí personalmente me abruma. Y se traen a Will More, el protagonista de todos. Encima. Para verlo tomar un agua con gas en esa terraza divina en la que pasar este sofoco de mes de julio, que como siempre vino para quedarse hasta primeros de agosto.
Con los ojos un poco más gachos pero igual de sensata que cuando terminaba la escena que su marido dejaba inconclusa, María tira del carro. Se empeñó durante 34 años en pasar por actriz secundaria de la película en ocho y medio que rodó junto a Jesús. Como si eso fuera posible.
Ese guión se escribe con ellos dos al alimón. Que uno de los protagonistas ya no esté no cambia la esencia de la película; una película que se sigue rodando. Hasta el final.
Jesús no merecía morir. Como ninguno de los que se mueren antes de tiempo, Jesús tendría que seguir aquí. Su final solo podía ser un "The End" en mitad de una pantalla gigante, de esas que aparecen al final de las películas, escritas con buena caligrafía. Y así fue. Autor de las mejores películas de mis reconstrucciones emocionales, Jesús guionizaba esos encuentros que parecían fortuitos, cocinando durante todo el día para reunir a unos cuantos en torno a su mesa. A comer enfrascados en conversaciones en las que nos abríamos en canal. Política, miedos, valores, amistades, sueños, rupturas y hasta amantes. Nos llevábamos todos nuestros fantasmas para escupir nuestras mierdas y poder terminar todos riéndonos de ellas.
También nos reíamos de él. De su vehemencia, de sus cabreos, de su tristeza por las injusticias que le ocasionaba haber apostado por algo tan pecaminoso como el cine español. El español, nada menos. Y no porque no tuviera razón, más que un santo, sino porque era incapaz de formular su enunciado sin terminarlo con una idiotez o un cotilleo goloso que alejaba rápidamente la conversación del dolor y la recuperaba en torno a la guinda sabiamente colocada. Sin desvelar secreto alguno; endulzando con un postre.
La palabra de Jesús era la fábula que María confirmaba. Tenía la imperiosa necesidad de transformar el melodrama en comedia, muy a lo Howard Hawks. Era ella la que terminaba el relato que su marido había convertido casi en sainete, para no dejar a la audiencia con la duda. Ellos dos, su hija Begoña y Lucas, el perro faldero de la familia, formaban muy buen equipo. El mejor.
Jesús siempre supo que iba a morirse. Lo tenía claro. Maldita la gracia que le hacía pero era capaz de terminar el diálogo que debía propiciar que todos los espectadores lloráramos a moco tendido, con una de sus frases gloriosas y arruinarte así la posibilidad de desatar tu nudo.
- Saldré en los homenajes de los próximos premios Goya.
- Tú eres idiota, Jesús.
- ¡Siempre quise verme en cine!
Así dejó de discutir conmigo, empeñada en ir a su casa a verlo porque sabía que la quimioterapia lo dejaba baldado. La decrepitud no iba con él, como tampoco va con ninguna de las grandes estrellas de Hollywood. Jesús era cinematográfico hasta para eso. Y ya que no había podido elegir la escena final, ésa que sale justo antes de que aparezcan las palabras finales, Jesús decidió que mi último recuerdo con él fuera nuestra última cena, a finales de invierno. Con un grupo de amigos, cada uno con sus mochilas, intentando salvar nuestro mundo y de paso el que compartimos con el resto.
María no descansa. Para qué. La librería sigue abierta aunque el ayuntamiento se empeñe cada dos por tres en sacarles un fallo a ver si puede deshacerse del hervidero ése en el que lo mismo hay teatro, que te tomas un café delicioso. Un lugar en el que se proyectan los cortos de Iván Zulueta con toda esa carga que a mí personalmente me abruma. Y se traen a Will More, el protagonista de todos. Encima. Para verlo tomar un agua con gas en esa terraza divina en la que pasar este sofoco de mes de julio, que como siempre vino para quedarse hasta primeros de agosto.
Con los ojos un poco más gachos pero igual de sensata que cuando terminaba la escena que su marido dejaba inconclusa, María tira del carro. Se empeñó durante 34 años en pasar por actriz secundaria de la película en ocho y medio que rodó junto a Jesús. Como si eso fuera posible.
Ese guión se escribe con ellos dos al alimón. Que uno de los protagonistas ya no esté no cambia la esencia de la película; una película que se sigue rodando. Hasta el final.
Hermoso Celia.
ResponderEliminarbi_chobi