jueves, 30 de septiembre de 2010

Partiendo peras

Me acuerdo de que estuve casada muy pocas veces. Y una es cuando llega la hora de hacer la declaración de la renta. Soy una negada en los números; porque ahora no tengo pasta, pero lo lógico sería que pagara a alguien porque me llevara las cuentas. Desgraciadamente, hago lo que puedo (que es poco) y abuso de mi hermana que me hace la declaración y encima se lo toma con humor. No hay quien pague eso, lo aseguro.
Pero desgraciadamente una vez al año viene la hora de rendir cuentas con Hacienda y a  mí todos los años me colapsa el hecho de que aparezca un ex marido al que no veo (ni quiero) desde hace años y que se niega a pagar el cambio de titularidad del crédito hipotecario que pedí(mos) para comprar la casa que sólo pagué y pago yo desde el primer día. Así que para el fisco, hasta que yo no me presento en la delegación de Hacienda con mi sentencia firme de divorcio y los papeles del notario en el que escrituramos de nuevo (cuya minuta pagué yo solita), sólo me adjudican el pago del 50% porque su nombre aparece en los papeles. Me quedé sin pasta para cambiar dicha titularidad; sobra decir que le di todo lo que tenía incluido un coche nuevo y el banco reclama más de 1.000 € por la chorrada. Por supuesto mi ex dice que él no paga un duro; nos ha jodido, se puede adjudicar el pago de la mitad de mis letras y desgravar sin haber soltado un céntimo.

Pues acabo de darme un gustazo de lo más peliculero. De esos que te dan todos los puntos...

Acabo de llegar de un fin de semana con Mi Canalla en Lisboa; se lo he regalado por su cumpleaños. Hotel céntrico, de lo más "chic", ida y vuelta en el tren-hotel y un enorme fiestón con amigos divertidísimos. Vamos, un lujazo.

Y lo ha pagado casi todo mi ex. Lo juro.

Porque toda mi vida he querido conocer Lisboa acompañada de un hombre que me pusiera, sí he escrito bien: pusiera las pilas, del que estuviera enamorada y estuviera enamorado de mí y encima sentirme la reina del mambo. Que me chifla.
Y nunca jamás me llevaron; cosas de la vida.

Así que, como mi economía es bastante ajustadilla, he vendido la alianza de mi matrimonio con aquel ser gris para gastármelo en el regalo de cumpleaños de mi hombre. Y de paso saldar cuentas con los sueños.

Que también viene bien. Lástima que nos demos estos gustazos tan poquitas veces. Y sobre todo: lástima no poder restregarlo aunque sólamente sea para imaginar su cara...

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